Calzó sus botas marrones de antelina y se dispuso a salir de La Risueña dando un sonoroso beso en la frente de la chica. Una vez más, Denís le contestó con un sonrojo. Todas las mañanas lo mismo, la misma monotonía de sonrisas recíprocas o besos en la frente cuando lo que verdaderamente Denís deseaba era que Marcos Alcaraz cambiara el lugar de darle un beso en la mejilla por un beso en los labios.
Denís, sobresaltada, corrió apresuradamente a la puerta que daba lugar a la salida del edificio de madera para evitar que Marcos Alcaraz saliera. Quería decirle algo, pero no sabía el qué. deseaba intercambiar unas palabras distintas a las que siempre había por las mañanas cuando coincidían a la hora del desayuno en la cocina.
Marcos Alacaraz enarcó su ceja derecha reflexivo cuando la vio cruzada de brazos en la puerta, pero no dijo nada. Esperó a que la adolescente tragara saliva y estuviera dispuesta a romper su extraña timidez
- ¿Vendrás hoy a verme a mi habitación?.- Preguntó Denís sin rodeos.
- Claro que sí. ¿quieres hablar de algo?
Denís sacudió la cabeza. sus profundos ojos color esmeralda conectaron con la mirada color miel de Marcos Alcaraz. Se vio a ella misma reflejada en la pupila de la persona que tenía a escasos suspiros de ella. Respiró profundamente armándose de valor y añadió:
- No, no quiero hablar contigo.
Hubo un silencio intimidante. Marcos Alcaraz se acarició la barbilla pensativo con el ceño fruncido. Sabía de antemano que era lo que quería Denís. Probablemente se había enamorado de él, o simplemente querían continuar con el juego que él mismo propuso en su día. Sin embargo, quiso quedarse en silencio y esperar a que ella emitiera sonidos de su pequeña garganta en forma de palabras. Denís era tímida, quizá porque no era más que una adolescente con dieciséis años recién cumplidos y totalmente inexperta. Pero sabía a la perfección que la joven necesitaba un impulso y que él mismo sería idóneo para ayudarla a darlo, pero no a costa de hacerla sufrir.
Por su parte, la chica de larga cabellera cobriza apretó los puños y se mordió el labio inferior con furia. ¿Por qué Marcos Alcaraz no tomaba la iniciativa? A ella le costaba la propia vida sincerarse, cuanto más si se trataba de arrancar palabras de su propio pecho. suspiró temiéndose lo peor. Tenía que arriesgarse o lo perdería todo.
- No vas a venir a verme más, lo sé. Lo que pasó aquel día no volverá a repetirse, ¿no es cierto?
Marcos Alcaraz retrocedió unos pasos. No podía seguir mirándola a los ojos sino provocaba una lágrima en el rostro angelical de Denís. sin embargo, la chica no mostraba ni un ápice de tristeza o nostalgia.
- Creí que quedó claro que sólo pretendía ayudarte...
- Si la solución era que me enamorara de ti, enhorabuena, lo has conseguido.
Marcos Alcaraz enarcó sus cejas sorprendido al mismo tiempo que Denís se llevaba las manos a la boca. no es que se sintiera arrepentida de lo que había dicho, sino más bien que no se creía capaz de hacerlo. Quizá no ganara nada al arriesgar, pero seguramente lo habría perdido todo sino lo hacía. Esperó impaciente la respuesta del receptor que la miraba extrañado.
- Denís ahora tengo prisa. Cuando regrese te prometo que te visitaré y hablaremos esto. ¿De acuerdo?
Una gota de agua salada rodó por la mejilla sonrosada de la joven. No le había prestado ni el más mínimo interés. ahora, estaba todo perdido.
Marcos Alcaraz salió apresurado de La Risueña. Iba tarde a la cita que tenía con Meg. Sinceramente, esperaba que la quedada no fuera muy duradera, que se explicara con brevedad y que en cuestión de un puñado de segundos estuviera de nuevo en su residencia. Pero sobre todo, esperaba que en su explicación, la bruja pidiera algún que otro perdón.
El joven atravesó la plaza principal de Niotramm. Los primeros rayos de Sol comenzaban a aparecer, y era cierto que los niotrenses se despertaban bien temprano para hacer sus quehaceres, pero algo le inquietó de todo aquello. Había mucho revuelo. La muchedumbre gritaba enfurecida con sus puños en alto y desgarrando sus gargantas, algunos de ellos, incluso llevaban herramientas en sus robustas manos. Marcos Alcaraz apartó su flequillo rubio ceniza para poder divisar mejor que es lo que estaba pasando. Nunca le habían interesado mucho aquellos alborotos, pero algo de ello le hacía pensar que debía de prestar atención. Su mirada color miel divisó en la lejanía un escenario de madera y una horca. sus labios formaron una O mayúscula. Miró a la izquierda y vio a una mujer de edad madura gritando más que ningún otro aldeano. Se dirigió hacia ella con paso firme y los puños agarrotados. Por un momento olvidó la cita que tenía con Meg, pues no le tomaría más de unos minutos en interesarse en lo que estaba pasando. La vida de alguien corría peligro en aquella horca.
- ¿Qué pasa?.- Pregunto el joven alarmado.
- ¡Por fin le darán su merecido a ese truan! ¡Muerte a ese loco! ¡Muerte!
- ¿De quién se trata? ¿De qué se le acusa?.- Marcos Alcaraz frunció el ceño. Siempre realizaba esa expresión cuando no entendía nada.
- Es el loco de la Risueña. ¡Así dejará de violar a tantas aldeanas! ¡Muerte!
-¿Julius?.- Los ojos color miel de Marcos Alcaraz parecían querer salirse de sus órbitas. El joven se llevó las manos a la cabeza cuando escuchó a aquella robusta mujer exclamar: ¡¡Muerte a Julius!!
Marcos Alcaraz comenzó a dar vueltas sobre sí mismo. Tenía que hacer algo como fuese. Julius jamás había salido de la Risueña si no era con la compañía de Manel, su hermano, o alguno de ellos. Además, era un chico totalmente inofensivo.
Volvió a dirigir otra de sus miradas suplicantes de piedad a la tarima de madera dónde pronto sucedería todo aquello. Aún el presunto demandado todavía no estaba allí, por lo que Marcos Alcaraz contaba con unos minutos de ventaja para poder sacarlo de dónde se encontrarse. Pero sabía que pronto tendría lugar la ejecución. De pronto, una bombilla parpadeante pareció colocarse en su coronilla. Sonrió para sí. Había tenido una idea flamante.
Desde de una gran caminata corriendo anaeróbicamente, abrió la robusta puerta de madera con decoraciones doradas de un sólo portazo. La persona que se encontraba tras ella se sobresaltó. Marcos Alcaraz por fin pudo retomar el aliento y suspiró aliviado al ver que era Meg quién estaba allí.
- Meg no tengo tiempo...- Susurró el joven entre fuertes respiraciones.
- Sólo quiero pedirte perdón por lo que sucedió el otro día. Me equivoqué. Si puedo hacer algo...
Marcos Alcaraz no permitió que Meg finalizara su frase. La cogió por el puño y empezó a correr. Meg enarcó una de sus cejas perfectamente alineadas pero no hizo amago de apartarse. Recogió sus faldones color azabache en su mano derecha para correr mejor mientras que la izquierda estaba entrelazada con la de su acompañante.
- ¿Dónde se encuentran los presos que van a ser ejecutados pronto?
- En el sótano del palacete. ¿Por qué quieres saber eso?
Marcos Alcaraz volvió a coger impulsó y continuó su carrera hacia allí. Un par de minutos después, habían llegado a los calabozos.
-¿Julius dónde estás? ¿Julius? ¡Soy Marcos, he venido a por ti! ¡Volvemos a casa!
- No entiendo nada. ¿Qué hacemos aquí?.- La voz de Meg se iba endureciendo con el paso de sus palabras.
A continuación, un llanto parecido al de un bebé pero encerrado en el cuerpo de un hombre adulto de treinta años rompió todo aquel silencio. Marcos Alcaraz acudió al sitio de dónde había emergido aquel sonido. En efecto, era Julius. El muchacho se encontraba arrinconado en la celda, con un oso de trapo entre sus manos al cuál apretaba con fuerza.
- Sácalo de aquí, Meg.
- ¿Esta era la prisa que tenías?.- La joven se cruzó de brazos y dirigió una mirada desafiante procedente de sus ojos color pardos.- No puedo hacer nada en su favor. Ni quiero.
- Meg tú lo conoces. Él nunca ha hecho daño a nadie. Sólo sale de la risueña en compañía de alguno de nosotros. Es un disminuido mental, sí, pero que jamás tocaría a nadie.
- Tengo que hacer justicia. Lo siento.- Meg retrocedió unos pasos en dirección a marcharse.
- Aceptaría tu perdón si lo liberas. Además, hace unos momentos decías que harías cualquier cosa por mi para que todo quedara en paz. ¿cierto?
Meg se giró y lo miró desafiante.
- No soy un juez piadoso. Me rijo por el Corpus Iuris Civilis.- Marcos Alcaraz agachó la cabeza creyendo que todo estaba perdido.- Pero sí una mujer de palabra.
Meg hizo un chasquido de dedos y la puerta de la celda se abrió sin ser la cerradura forzada. Julius salió apresuradamente a abrazar a Marcos Alcaraz. En cuestión de unos segundos, Julius desapareció. Marcos Alcaraz se frotó la sien sorprendido por no saber dónde se encontraba el tercer miembro.
- lo he teletransportado al hostal para evitar que pase por la plaza principal - interrumpió Meg sus pensamientos.- cuando vuelvas a tu hogar comprobarás que está sano y salvo. Ya me encargaré de determinar por qué he decidido absolverlo.
Marcos Alcaraz se dirigió hacia ella, agarró su rostro con ambas manos y la besó en la frente.
- Gracias preciosa.
El joven decidió poner rumbo hacia su casa. Por el camino, no pudo evitar sonreir: las mejillas de Meg se habían tornado en un color carmín muy peculiar. La bruja a la que todo el mundo sentía pánico y terror, se había ruborizado.
- No, no quiero hablar contigo.
Hubo un silencio intimidante. Marcos Alcaraz se acarició la barbilla pensativo con el ceño fruncido. Sabía de antemano que era lo que quería Denís. Probablemente se había enamorado de él, o simplemente querían continuar con el juego que él mismo propuso en su día. Sin embargo, quiso quedarse en silencio y esperar a que ella emitiera sonidos de su pequeña garganta en forma de palabras. Denís era tímida, quizá porque no era más que una adolescente con dieciséis años recién cumplidos y totalmente inexperta. Pero sabía a la perfección que la joven necesitaba un impulso y que él mismo sería idóneo para ayudarla a darlo, pero no a costa de hacerla sufrir.
Por su parte, la chica de larga cabellera cobriza apretó los puños y se mordió el labio inferior con furia. ¿Por qué Marcos Alcaraz no tomaba la iniciativa? A ella le costaba la propia vida sincerarse, cuanto más si se trataba de arrancar palabras de su propio pecho. suspiró temiéndose lo peor. Tenía que arriesgarse o lo perdería todo.
- No vas a venir a verme más, lo sé. Lo que pasó aquel día no volverá a repetirse, ¿no es cierto?
Marcos Alcaraz retrocedió unos pasos. No podía seguir mirándola a los ojos sino provocaba una lágrima en el rostro angelical de Denís. sin embargo, la chica no mostraba ni un ápice de tristeza o nostalgia.
- Creí que quedó claro que sólo pretendía ayudarte...
- Si la solución era que me enamorara de ti, enhorabuena, lo has conseguido.
Marcos Alcaraz enarcó sus cejas sorprendido al mismo tiempo que Denís se llevaba las manos a la boca. no es que se sintiera arrepentida de lo que había dicho, sino más bien que no se creía capaz de hacerlo. Quizá no ganara nada al arriesgar, pero seguramente lo habría perdido todo sino lo hacía. Esperó impaciente la respuesta del receptor que la miraba extrañado.
- Denís ahora tengo prisa. Cuando regrese te prometo que te visitaré y hablaremos esto. ¿De acuerdo?
Una gota de agua salada rodó por la mejilla sonrosada de la joven. No le había prestado ni el más mínimo interés. ahora, estaba todo perdido.
Marcos Alcaraz salió apresurado de La Risueña. Iba tarde a la cita que tenía con Meg. Sinceramente, esperaba que la quedada no fuera muy duradera, que se explicara con brevedad y que en cuestión de un puñado de segundos estuviera de nuevo en su residencia. Pero sobre todo, esperaba que en su explicación, la bruja pidiera algún que otro perdón.
El joven atravesó la plaza principal de Niotramm. Los primeros rayos de Sol comenzaban a aparecer, y era cierto que los niotrenses se despertaban bien temprano para hacer sus quehaceres, pero algo le inquietó de todo aquello. Había mucho revuelo. La muchedumbre gritaba enfurecida con sus puños en alto y desgarrando sus gargantas, algunos de ellos, incluso llevaban herramientas en sus robustas manos. Marcos Alcaraz apartó su flequillo rubio ceniza para poder divisar mejor que es lo que estaba pasando. Nunca le habían interesado mucho aquellos alborotos, pero algo de ello le hacía pensar que debía de prestar atención. Su mirada color miel divisó en la lejanía un escenario de madera y una horca. sus labios formaron una O mayúscula. Miró a la izquierda y vio a una mujer de edad madura gritando más que ningún otro aldeano. Se dirigió hacia ella con paso firme y los puños agarrotados. Por un momento olvidó la cita que tenía con Meg, pues no le tomaría más de unos minutos en interesarse en lo que estaba pasando. La vida de alguien corría peligro en aquella horca.
- ¿Qué pasa?.- Pregunto el joven alarmado.
- ¡Por fin le darán su merecido a ese truan! ¡Muerte a ese loco! ¡Muerte!
- ¿De quién se trata? ¿De qué se le acusa?.- Marcos Alcaraz frunció el ceño. Siempre realizaba esa expresión cuando no entendía nada.
- Es el loco de la Risueña. ¡Así dejará de violar a tantas aldeanas! ¡Muerte!
-¿Julius?.- Los ojos color miel de Marcos Alcaraz parecían querer salirse de sus órbitas. El joven se llevó las manos a la cabeza cuando escuchó a aquella robusta mujer exclamar: ¡¡Muerte a Julius!!
Marcos Alcaraz comenzó a dar vueltas sobre sí mismo. Tenía que hacer algo como fuese. Julius jamás había salido de la Risueña si no era con la compañía de Manel, su hermano, o alguno de ellos. Además, era un chico totalmente inofensivo.
Volvió a dirigir otra de sus miradas suplicantes de piedad a la tarima de madera dónde pronto sucedería todo aquello. Aún el presunto demandado todavía no estaba allí, por lo que Marcos Alcaraz contaba con unos minutos de ventaja para poder sacarlo de dónde se encontrarse. Pero sabía que pronto tendría lugar la ejecución. De pronto, una bombilla parpadeante pareció colocarse en su coronilla. Sonrió para sí. Había tenido una idea flamante.
Desde de una gran caminata corriendo anaeróbicamente, abrió la robusta puerta de madera con decoraciones doradas de un sólo portazo. La persona que se encontraba tras ella se sobresaltó. Marcos Alcaraz por fin pudo retomar el aliento y suspiró aliviado al ver que era Meg quién estaba allí.
- Meg no tengo tiempo...- Susurró el joven entre fuertes respiraciones.
- Sólo quiero pedirte perdón por lo que sucedió el otro día. Me equivoqué. Si puedo hacer algo...
Marcos Alcaraz no permitió que Meg finalizara su frase. La cogió por el puño y empezó a correr. Meg enarcó una de sus cejas perfectamente alineadas pero no hizo amago de apartarse. Recogió sus faldones color azabache en su mano derecha para correr mejor mientras que la izquierda estaba entrelazada con la de su acompañante.
- ¿Dónde se encuentran los presos que van a ser ejecutados pronto?
- En el sótano del palacete. ¿Por qué quieres saber eso?
Marcos Alcaraz volvió a coger impulsó y continuó su carrera hacia allí. Un par de minutos después, habían llegado a los calabozos.
-¿Julius dónde estás? ¿Julius? ¡Soy Marcos, he venido a por ti! ¡Volvemos a casa!
- No entiendo nada. ¿Qué hacemos aquí?.- La voz de Meg se iba endureciendo con el paso de sus palabras.
A continuación, un llanto parecido al de un bebé pero encerrado en el cuerpo de un hombre adulto de treinta años rompió todo aquel silencio. Marcos Alcaraz acudió al sitio de dónde había emergido aquel sonido. En efecto, era Julius. El muchacho se encontraba arrinconado en la celda, con un oso de trapo entre sus manos al cuál apretaba con fuerza.
- Sácalo de aquí, Meg.
- ¿Esta era la prisa que tenías?.- La joven se cruzó de brazos y dirigió una mirada desafiante procedente de sus ojos color pardos.- No puedo hacer nada en su favor. Ni quiero.
- Meg tú lo conoces. Él nunca ha hecho daño a nadie. Sólo sale de la risueña en compañía de alguno de nosotros. Es un disminuido mental, sí, pero que jamás tocaría a nadie.
- Tengo que hacer justicia. Lo siento.- Meg retrocedió unos pasos en dirección a marcharse.
- Aceptaría tu perdón si lo liberas. Además, hace unos momentos decías que harías cualquier cosa por mi para que todo quedara en paz. ¿cierto?
Meg se giró y lo miró desafiante.
- No soy un juez piadoso. Me rijo por el Corpus Iuris Civilis.- Marcos Alcaraz agachó la cabeza creyendo que todo estaba perdido.- Pero sí una mujer de palabra.
Meg hizo un chasquido de dedos y la puerta de la celda se abrió sin ser la cerradura forzada. Julius salió apresuradamente a abrazar a Marcos Alcaraz. En cuestión de unos segundos, Julius desapareció. Marcos Alcaraz se frotó la sien sorprendido por no saber dónde se encontraba el tercer miembro.
- lo he teletransportado al hostal para evitar que pase por la plaza principal - interrumpió Meg sus pensamientos.- cuando vuelvas a tu hogar comprobarás que está sano y salvo. Ya me encargaré de determinar por qué he decidido absolverlo.
Marcos Alcaraz se dirigió hacia ella, agarró su rostro con ambas manos y la besó en la frente.
- Gracias preciosa.
El joven decidió poner rumbo hacia su casa. Por el camino, no pudo evitar sonreir: las mejillas de Meg se habían tornado en un color carmín muy peculiar. La bruja a la que todo el mundo sentía pánico y terror, se había ruborizado.