Al día siguiente, la atmósfera en la Risueña había cambiado. Ahora era Oscar duna quien no quería moverse del colchón espumoso de su cama. Únicamente leía y leía, relamiendo cada una de las líneas de sus libros sin prestar atención a nada. En esos momentos hubiera echado en falta unos buenos audífonos para conectarlos a su móvil y escuchar música. Un buen rap en cuya letra pudiera identificar su historia.
Marcos Alcaraz salió aquella mañana temprano. Decidió levantarse más pronto de lo normal para ingerir una tostada a modo de desayuno y dar una vuelta por la isla. Él también necesitaba tomar aire fresco.
En la cocina se encontró a Denís, quién le dirigió una sonrisa nada más verlo entrar por el arco de la puerta. Marcos alcaraz acarició su mejilla. No pudo evitar preguntarle cómo se encontraba después de lo que pasó la tarde anterior. La chica dijo que no tenía ninguna molestia. Ambos sonrieron.
Marcos Alcaraz empezó a pisar la fresca hierva verde del suelo de Niotramm. Amaba la naturaleza, de ahí a que estuviera estudiando biología en la universidad. Se paró a pensar en quién había sido antes de montarse en el trasatlántico: sus estudios de biología ya no le servían para nada, su familia quizá ya hubiera puestos carteles en todas las paredes con su foto y un enorme letrero que pondría "SE BUSCA" y quizá, Celia, su novia, estuviera llorando por él.
Se acerco al lago y bebió un sorbo de agua. El agua sabía a vida. Mojó sus muñecas y se detuvo un instante para contemplar su reflejo. El agua estaba más transparente que nunca, y eso era algo que le fascinaba.
- Aparta.- dijo una voz grave de mujer detrás de él.
Marcos Alcaraz dio un salto sobresaltado y miró a su lado. En efecto, esa voz grave de mujer no podía pertenecer a ninguna otra persona que no fuera ella. Era Meg.
Ésta última se aproximó a la orilla del río para beber un poco de agua El mismo atuendo oscuro de siempre. La misma cabellera castaña con reflejos dorados suelta. Y la misma mirada penetrante.
- Buenos días, Meg.- suspiró Marcos Alcaraz retrocediendo unos pasos para marcharse.
- Buenos para ti después de la tarde tan fantástica que pasaste con Denís.- Respondió Meg sin dejar de mirar al lago y mientras bebía agua.
Marcos Alcaraz se detuvo en seco. Aquellas palabras habían penetrado en su oído y habían producido una voz de alarma en su cerebro. Le desconcertaba que supiera tanto de su vida. Pero tampoco le sorprendía, al fin y al cabo era una bruja y sabría la vida de cualquier habitante de la isla mejor que la suya propia.
- Lo fue.- Marcos Alcaraz emitió una mueca de asco.
- ¿Y cómo lleva Denís el tema de su virginidad?.- Meg se irguió para mirar a su compañero de frente.
Aquellas palabras eran como punzadas en el noble corazón de Marcos Alcaraz. De todos modos, intentó aparentar normalidad.
- Busca en el interior de tus pensamientos. Si sabes que tuve sexo ayer con ella, también sabrás como se encontrará.- El joven se dio la vuelta y comenzó a dar pasos largos. Quería irse de allí como fuera. No deseaba continuar una conversación con una persona como ella.
- Está enamorada de ti.
- No es la única que lo está en esta isla.- Marcos Alcaraz le guiñó un ojo sin detenerse.
Sin duda, Meg había pillado la indirecta. Frunció el ceño molesta y comentó:
- ¿Qué insinúas?- Preguntó Meg arrugando los ojos.
Marcos Alcaraz volvió a suspirar por enésima vez. Toda aquella situación le superaba, Uno de los principales motivos por los que decidió marcharse de España no fue otro que por dejar de dar explicaciones y vivir en la más absoluta indiferencia. Quería vivir lejos de la civilización porque creyó que allí encontraría la paz y felicidad que tanto ansiaba.
- Meg no tengo ganas de darte ninguna explicación. Es más, ni tengo por qué. Deja de molestarme. Por favor.
La joven bruja abrió los ojos pero no mostraba mueca de asombro. Verdaderamente, pudo divisar en la mirada color miel de Marcos Alcaraz que éste se encontraba cansado. Y lo más triste, sólo. Sabía que la nostalgia inundaba su corazón y algo le hacía pensar que su vida pasada no fue fácil.
Se acercó a él sigilosamente y depositó su blanca mano en el hombro derecho de su acompañante. Marcos Alcaraz sonrió por el afecto, pero ella no emitió ninguna expresión.
- Tu hermano está bien.
- ¿qué sabes de mi hermano, Meg?.- El chico apartó aquella mano blanquecina de su hombro.- Es imposible que esté bien porque...
- ...Porque murió. Murió en un accidente de coche donde tu eras el copiloto. Apenas tenía once años, ¿verdad?
Los ojos de Marcos Alcaraz se inundaron de lágrimas. todo aquello era cierto. Había perdido a su hermano en un período de tiempo menor de un año y no podía evitar culparse de ello. Una lágrima comenzó a rodar por su mejilla. No era por el recuerdo, era porque una persona como Meg le estaba haciendo recordar algo que deseaba apartar de su pensamiento de por vida. Esa era la verdadera razón por la que decidió acudir a la Niotramm. Sabía de antemano que para sus padres sería doloroso perder a otro hijo, el único que le quedaba. Pero también debían de comprender que se estaba ahogando entre los modernos edificios que rodeaban su casa, que el aire contaminado de las fábricas encharcaba sus pulmones y que, cada vez que entraba en la habitación de su hermano menor decorada con aviones que ambos habían fabricado juntos, provocaba, que por algunos instantes, su corazón dejara de palpitar.
Marcos Alcaraz tragó saliva. Meg lo miraba impaciente esperando alguna contestación. El muchacho respiró hondo y se marchó.
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