Un día como otro cualquiera, Meg acudió a su casa a descansar sobre un colchón mullido perteneciente a su alcoba de piedra rocosa. Antes de que se convirtiera en una inmortal, se quejaba todo el tiempo de que su habitación posiblemente fuera la más fría de todo el palacete. Ahora, la cosa menos fría que podía sentir era esa forma meteorológica.
Subió con parsimonia las baldosas de piedra de una infinita escalera, con los faldones de su vestido oscuro remangado para evitar algún que otro tropezón. No se perdonaría caerse por aquellos escalones. Ante todo, Meg era una persona excesivamente perfeccionista.
Abrió una pesada puerta de color vino y entró en su habitación. Se encontraba cansada, posiblemente algo no le habría sentado bien o sería que llevaba mucha tensión acumulada. Solo quería tumbarse en su cama y soñar que era una mujer de cuarenta años en cuyo cabello aparecían las primeras canas y debajo de sus ojos, las primeras arrugas.
Sin embargo, su habitación no estaba tal como la dejó, y ella sabía por qué. No olía como siempre, el ambiente se encontraba inquieto. De pronto, divisó en aquella espaciosa instancia a un ser que hacía mucho tiempo que no veía, más bien siglos, y al que deseaba abrazar una vez más.
Edward se encontraba sentado del revés en una silla de madera en un rincón de la instancia. la miraba sonriente y con su cabello oscuro desordenado como siempre. Meg lo miró inquieta y no pudo emitir palabra alguna procedente de sus labios sonrosados.
- Creí que tendrías más entusiasmo al verme después de tanto tiempo.- dijo el chico incorporándose y riendo a la vez.
Meg se acercó a él dubitativamente. No se fiaba de que pudiera tratarse del Edward al que tanto había amado y al que tantísimo había echado de menos. Posiblemente podía tratarse de la reencarnación de algún demonio que tantas veces había invocado para alguno de sus conjuros. Se acercó lo bastante a él y alzó una de sus finas manos para acariciarle el torso. Edward se apartó bruscamente y con un rostro de tristeza dijo:
- No es muy agradable tocar a un espectro.
- Así que no has venido para quedarte, ¿verdad?.- Meg preguntó cabizbaja. Por un momento creyó que su amado había venido a rescatarla de todo aquel mundo que se le quedaba pequeño y que conformaba la celda donde se encontraba encerrada. Había tardado mucho tiempo, sí, pero por un momento creyó que había merecido la pena esperar tanto.
- No pequeña, no puedo quedarme como me gustaría.
- ¿Entonces a qué has venido? Podías haberte ahorrado el viaje.
- Créeme que si hubiera podido elegir, no habría venido a visitarte. No soy nadie para perturbar tu vida y hacer que vuelvas a recordar lo que fuimos en un pasado.- Meg lo miró a los ojos intrigada.- Pero también era mi deber venir a...
- ¿a qué?.- Meg se encontraba nerviosa. Su cuerpo flaqueaba y su corazón palpitaba con más fuerza que cientos de huracanes juntos.
- A llevarme algo, pero también a darte una cosa.- Meg enarcó una ceja interesada.-Creo que viene siendo hora de que te deslindes del pasado.
- Empieza mejor por decirme el que te vas a llevar. Intuyo que va a ser una vida humana y de alguien a quien aprecio. ¿De quién se trata?
- No puedo decírtelo. Ni tampoco te lo imaginarás nunca. Pero no se irá precisamente hoy, sino cuando llegue el momento.
- Así que has venido para nada.
Meg se encontraba más desafiante que nunca. No le gustaban ese tipo de sorpresas. Le había emocionado enormemente verlo allí, sentado en una silla con su camisa de cuadros en tonos cremas, y con la misma apariencia de chico adolescente que tanto la había enamorado en su momento. Pero sabía que si se ilusionaba, en décimas de segundos vendría la desilusión. Aquella desilusión que tantos años la había acompañado, podría potenciarse.
- Precisamente vengo a hablarte de tu actitud. ¿Qué ha pasado con la Meg que yo conocía?.- Edward se sentó al lado de ella.
- Quizá se marcho contigo cuando tú te fuiste.
- No, no está conmigo. Esa Meg está escondida y yo he venido a sacarla de su escondite. Dime, ¿dónde se encuentra tu sonrisa juguetona?
El silencio inundó la sala. Meg pudo apreciar que el cuerpo de Edward no se mostraba con mucha nitidez y eso desconcertaba su mente. Quería que se marchase, pero al mismo tiempo que se quedara más tiempo a su lado y no dejarlo nunca más marchar.
- ¿Cómo estás?.- Preguntó Meg.
- No cielo, cómo estás tú.
- Supongo que no me termino a acostumbrar a vivir sin ti.
- Mira Meg...Yo te quiero muchísimo y me consta que tú a mi también. Pero hay una cosa que tenemos que tener clara los dos y es que no podemos estar nunca juntos. Pero no por ello debemos de estar reprimidos, a pesar de que crees que tienes toda la eternidad para poder superarlo, te recuerdo que el momento que debes vivir ahora es este, porque tardarás mucho tiempo en poder estar en una situación similar.
- ¿A qué te refieres?
- Hay muy pocos chicos como ese joven que tiene tu corazón dividido en dos: por una parte me quieres a mi, pero ese chico te está comiendo el terreno. Lo que quiero darte, Meg, es la oportunidad de que tu corazón no se encuentre nunca más dividido y que puedas entregarlo sin ningún miedo.
- No sabes nada de nada, Edward.
- Si lo sé pequeña. En todo este tiempo he estado vigilando tu actitud, tus movimientos y tus pensamientos. Sé que os queréis, pero te sientes mal por mi, como si de esa manera me estuvieras traicionando. He de decirte que me traicionas aún más cuando veo que tu felicidad ha desaparecido porque tu te has empeñado en que se esfumara.
Meg enarcó las cejas divertida. Era cierto que no podía estar más tiempo anclada a un pasado que no le pertenecía ya. Había sido una historia bonita, sí, pero ésta, desgraciada o afotunadamente, ya había acabado.
Un profundo silencio inundó el alma de Meg. Tenía ganas de decirle muchas cosas, muchas de las cuáles no le había dado tiempo.
- Necesito darte un abrazo.- susurró Meg sin apartar la vista de los adoquines grisáceos del suelo que pisaban sus mocasines de terciopelo azul.
- ¿Has probado alguna vez abrazar al aire? Es la misma sensación. Te desconcertaría mucho.
Meg miró los ojos marrones oscuros del chico. lo observó fijamente, como si quisiera transmitirle con la mirada todo lo que había vivido en los siglos anteriores. Pasó su húmeda lengua por sus labios carnosos. Era algo que siempre hacía cuando estaba nerviosa.
- ¿Cuánto tiempo piensas quedarte?
- He estado mucho tiempo deseoso de venir a ayudarte.- Edward se acercó más a la joven.- pero nunca encontraba el momento adecuado. Ahora sí creo que ese momento por fin ha llegado. No te preocupes, me quedaré a tu lado para ayudarte y me iré cuando crea que no me necesitas. Eso sí.- Edward no podía seguir sosteniendo la mirada y tragó un poco de saliva, sabía perfectamente lo que venía a continuación.- después del tiempo que voy a pasar en el mundo de los mortales, cuando me marche, no volveremos a vernos más.
Meg frunció el ceño llena de ira. se incorporó rápidamente del lado del muchacho y comenzó a tirar cosas al suelo. Estaba furiosa, y su brillante e inteligente mente no le daba más hueco para razonar. Se giró bruscamente y lo miró a los ojos desafiante.
- Así que vienes sabiendo que vas a perturbar mis pensamientos. en el momento en el que te marches, volveré a tener la esperanza de volver a verte, ya que es la única forma que puedo disfrutar de ti, ¿y ahora me dices que es la última vez que nos veamos? ¡No sé si recuerdas que pertenecemos a planos distintos, que nunca moriré y que mi alma no se reencontrará con la tuya jamás!
- No está en mi mano...
- Sí, sí está. Lo mejor que podías haber hecho es no venir.
- Meg necesitas ayuda, no te imaginas lo que viene ahora...
- ¿Cuándo he necesitado ayuda de alguien? ¿Eh? ¡¡Jamás!! ¡Y no me ha ido tan mal!
- ¿ Así que no te ha ido tan mal? ¿Has parado a pensar tu forma de vivir durante este tiempo?
El corazón de Meg dio un vuelco, y sus ojos parecían salir de sus órbitas. Edward había acertado de pleno. Inhaló profundamente todo lo que sus pulmones podían y más. Necesitaba ayuda, sí, y la necesitaba desde mucho tiempo, pero no a ese precio.
- Creo que lo mejor para mi es que te marches.- respondió Meg finalmente.- Enserio.
- Si lo que quieres es dejar de verme, está bien. Pero estaré a tu lado en todo momento, y en el momento en el que me necesites apareceré, sin necesidad de que me nombres ni me llames.
- Meg asintió con la cabeza y al mismo tiempo dejó escapar una lágrima fina de su mirada parda. Edward enterneció su rostro. La quería muchísimo, pero precisamente por eso mismo, tenía que ayudarla. Su felicidad estaba por encima de todo, ya que al fin y al cabo no era más que un espectro y su vida había acabado para siempre, pero no la de Meg. A ella aún le quedaba toda la eternidad y tenía que aprender a cómo vivirla.
El muchacho no dijo nada. Pensó en dedicarle un te quiero, pero creyó conveniente que era mejor no decir nada, la mataría por dentro. Retrocedió unos pasos sin dejar de mirarla de una manera muy dulce dejando que su nitidez fuera desapareciendo poco a poco, hasta convertirse invisible.
Meg tragó saliva. Sin duda, esa visita había sido un punto de inflexión en su vida, un antes y un después. Sabía con certeza que su visita no había sido cordial, había algo muy grave detrás de todo aquello.
La joven se llevó ambas manos a la cabeza y cerró los ojos fuertemente. Hacía muchas décadas que no dormía, desde que se convirtió en una inmortal. En ese momento, sintió envidia de todos los mortales. Añoraba muchas cosas de su vida pasada y una de ellas era el sueño: acostarse, cerrar los ojos y dejar que los problemas se desvanecieran por unos instantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario