sábado, 30 de enero de 2016
Capítulo 3
Pasó dos semanas desde que Marcos Alcaraz y Oscar Duna habían llegado Niotramm. En La Risueña se sentían como en casa a pesar de no poder usar instrumentos tecnológicos para divertirse. Oscar Duna, que había conseguido esconder su teléfono móvil, se encontró con el inconveniente de que la isla carecía de cobertura, por lo cuál, el objeto permaneció inmóvil en uno de sus cajones a espera de uso.
La isla ofrecía muchas actividades: los martes por la noche había una proyección cinematográfica, los sábados por la tarde, todos los aldeanos de Niotramm se reunían para merendar en la plaza del pueblo o en la orilla del lago Reinum. Los miércoles ofrecían distintos talleres para que los niños participaran - algo a lo que se apuntaron estos dos protagonistas.- además de una pequeña sala de teatro dónde se representaban obras que los propios actores escribían, centros de estética para las mujeres, numerosos bares de copas para los maridos y bibliotecas.
Las cosas por el hostal fueron marchando correctamente. A menudo, Marcos y Oscar llamaban a Denís para tomar algo en alguna taberna.- bajo las miradas fulminantes del resto de los consumidores de llevar a sitios de hombres a mujeres tan jóvenes.- pero que fue una práctica que se frecuentó cada vez más y no era extraño observar en las tabernas a un grupo de amigas pasando la tarde.
Marcos Alcaraz y Oscar Duna se habían propuesto modificar algunas costumbres de la isla, y de hecho, lo estaban consiguiendo.
Los jueves por la tarde, Laila se dejaba caer por La Risueña. Normalmente, traía unas pastas caseras que todos los miembros del hostal degustaban con absoluta exquisitez. La chica siempre traía consigo una de sus flamantes sonrisas y siempre había sido bienvenida en el hostal, sobre todo, por uno de sus miembros más recientes: Oscar Duna.
Ambos salían a pasear solos al centro de Niotramm y compraban algunos frutos secos. Entre risas y risas, se iba forjando una amistad que podía acabar en algo más.
Un martes, toda la Risueña decidió acudir a una sesión cinematográfica, incluida Madre, que hacía ya varios lustros que no salía de su cocina. Todos se colocaron sus mejores galas,- aunque a Marcos Y Oscar todavía se sintieran un poco avergonzados de llevar puesto semejantes jirones de tela.- llevaron alguno que otro pastel, y se dispusieron a pasar una magnífica noche.
Y es que cuando Madre dijo que La Risueña era una auténtica familia, no se equivocaba.
Fue esa noche, cuando entre destellos de luz procedentes de un proyector que iluminaba una gran pantalla que se colocaba en lo alto de un gigantesco abedul, donde Oscar y Laila se dieron su primer beso. Oscar acariciaba la mandíbula de la joven al mismo tiempo que ella revolvía el cabello rebelde color azabache de su acompañante. Sentado al lado de Oscar, se encontraba Marcos, cuya mirada color miel no quería apartarse de la proyección, pues se sentía verdaderamente cohibido. Al lado de Marcos, estaba Denís, quién no apartaba un ojo de la escena que estaba ocurriendo a unos pocos metros y que resultaba más interesante que la propia película. Marcos observaba como iba sobrando en aquella situación y se dispuso a hablar con la adolescente.
- ¿Nunca has tenido novio Denís?.- Pregunto el joven llevándose un puñado de frutos secos a la boca.
La chica se ruborizó, mordiéndose el labio inferior con ese colmillo sobresaliente.
- No tienes por qué tener vergüenza. Que dos personas se quieran y decidan unir sus vidas es lo más normal del mundo.- Contestó Marcos guiñándole un ojo.
- ¿Y tú has tenido alguna vez novia?.- Pregunto la chica sin apartar la mirada del suelo.
- Naturalmente, de hecho, tuve novia antes de venir a Niotramm.- La nostalgia comenzó a inundar las palabras de Marcos Alcaraz.
La conversación quedó ahí y no volvieron a hablar más a lo largo de toda la sesión. Un par de horas después, cada aldeano recogía su silla plegable y los recipientes dónde habían traído la comida y se dispusieron a marcharse. Los residentes de La Risueña comenzaron a hacer lo mismo. Al frente caminaba Marcos en solitario, detrás, Madre, Manel, Julius y Denís, y en última fila, Oscar, quién agarraba por la cintura a Laila.
Todos entraron en el hostal algo cansados. Esta vez, Laila si aceptó la propuesta de Madre de quedarse a pasar la noche. Como habían llegado a una hora temprana a casa, Madre puso encima de la mesa del comedor una jarra de leche caliente con canela y las pastas que habían sobrado de la película. Todos comenzaron a hablar del buen día que habían pasado, cuando de pronto, la mirada color azul océano de Laila se detuvo un instante en la ventana. El resto de los miembros del hostal la imitaron. Alguno de ellos emitieron un gritito ahogado y otros se quedaron sin palabras.
- ¡La bruja! ¡La bruja!.- Comenzó a gritar Julius, quién preso del pánico, se escondió detrás de una de las sillas.
Y en efecto, aquella mujer a la que todos solían llamar la bruja, estaba allí, a escasos metros de la ventana, observándolos fíjamente.
- Voy a cerrar las cortinas. ¡Tardando estaba esta mujer en aparecer por aquí! ¡Malditos trances!.- Exclamó Madre llevándose las manos a la cabeza.
- ¿Trances?.- Preguntó Marcos sorprendido.
- Bueno sí, ella pasa por algunos trances. Son épocas del año en los que decide aumentar su poder y realiza alguna que otra acción extraña.- Respondió Laila mientras agarraba la mano de Oscar.
- ¿Qué acciones extrañas?.- Siguió preguntando Marcos.
Manel apareció en la instancia con una enorme pala, dispuesto a salir. Laila gritó y Madre lo detuvo.
- ¿Qué haces Manel? ¡ Por el amor de Dios! ¿Crees que conseguirás hacer algo con esa pala?
- Déjenla tranquila.- Sugirió Laila.- Si no la molestáis, ella no os hará nada. Sólo le gusta observar.
- ¡Pero sus observaciones me tienen harto! ¡ Hace lo que quiere porque nadie nunca se ha enfrentado a ella!.- Exclamó Manel con el instrumento de trabajo en alto.
- Tranquilizaos. Yo saldré a hablar con ella.- Propuso Laila levantándose de su asiento, al mismo tiempo que todos se levantaban para impedirlo.- No os preocupéis, la conozco bien. Confiad en mi.
- ¡Pero niña, ella se hartará de estar ahí observándonos y se marchará! ¡ No es necesario que te vayas!.- Exclamó Madre apunto de llorar, llevándose las manos a los ojos. Denís corrió a abrazar a su madre.
Tras varios intentos de retener a Laila en el hostal, ésta salió con paso firme y se dirigió hacia ella.
- Te dije que los dejaras en paz Meg.- Dijo Laila con el cejo fruncido.
- Sólo vengo a avisarte de que es hora que vayas a casa.- El rostro desafiante de la mujer mostraba la furia que llevaba encerrada en el interior de su cuerpo.- Estoy muy furiosa, sé lo que has hecho.
- ¿Y qué tiene de malo un simple beso? Oscar es un chico muy majo, ¡déjame hacer mi vida tranquila!
Los gritos se escuchaban con total claridad desde el comedor del hostal. Denís abraza a Julius quién se encontraba aún en su escondite, mientras que Manel daba vueltas y Madre rezaba todas las oraciones y plegarias que se sabía. Marcos no aguantó más la intriga, y salió de la estancia.
Abrió la robusta puerta de madera y ambas jóvenes lo miraron desde la lejanía. Marcos se iba aproximando a paso firme.Pues todo el mundo comentaba lo poderosa que era y él mismo sentía un cierto miedo hacia ella. Pero quería dialogar recordando la frase que momentos antes Laila había formulado: " sino se le molesta, ella no hace daño a nadie" aunque...¿Intentar hablar con ella podría molestarla?
- Buenas noches señorita.- Dijo Marcos cortesmente después de haberse aproximado lo suficiente a ellas.- Mi nombre es Marcos Alcaraz.- La mujer dirigió una mirada fugaz al joven, quién retrocedió un paso atrás aterrado.- Todos los residentes y yo estamos de acuerdo en que la hemos visto alguna que otra vez merodear por aquí, y nos preguntamos si le apetecería pasar adentro. Hace mucho frío afuera y la noche está muy oscura.
Marcos Alcaraz tragó saliva emitiendo un extraño sonido. Laila mostró una flamante sonrisa que terminó en una risa juguetona, mientras que el tercer miembro miraba al muchacho de reojo pero sin dejar de intimidarlo.
- Si ahora le parece muy tarde, podría venir a la semana que viene. Celebramos Navidad, una fiesta muy conocida en mi país. Comeremos, beberemos y cantaremos todos juntos, como si fuéramos una familia, ¿le apetecería venir?
Marcos, sorprendido de su enorme valentía, arrugo los puños y comenzó a clavarse las uñas. Le dirigió la misma mirada que aquella mujer le estaba ofreciendo.
- Ya que no te fías de mi, podrías venir conmigo y comprobar que no estamos haciendo nada que pueda alarmarte.- Dijo Laila.
La mujer miró hacia un lado y a otro. Verdaderamente su mirada era penetrante y tan desafiante que podía cortar un silencio como un cuchillo a un papiro. Seguía ahí, inmóvil e intacta, sin moverse y sin dejar de mirar a Marcos. El chico decidió mirarla de igual manera, temiendo que un rayo fulminante procedente de la mirada verde parda de su enemiga lo paralizara como había ocurrido semanas atrás en el palacio del Consejo Supremo. Los destellos color miel de los ojos de Marcos Alcaraz chocaron en varias ocasiones con los de su contrincante. el silencio era absoluto. Finalmente, tras varios segundos en completo silencio, La mujer a la que todos solían llamar bruja retrocedió varios pasos atrás sin dejar de apartar su aniquilante mirada y se marchó perdiéndose en la oscuridad. Laila y Marcos Alcaraz se quedaron mirándose sin mediar palabra, con el rostro totalmente desencajado.
Oscar Duna corrió hacia ellos alarmado. Paró en seco y empezó a respirar fuertemente agotado. Los problemas de respiración de Oscar solían acudir a su cuerpo en invierno, y ahora parecía que estaban brotando de nuevo. Laila reaccionó y acudió a socorrerlo. No hizo falta palabras. Todos fueron a La Risueña a descansar.
Marcos Alcaraz avanzaba dando pasos lentos con las manos metidas en los bolsillos. De vez en cuando, miraba hacia atrás temiendo a que esa mujer se encontrara de nuevo observándolos. Sabía perfectamente que la cosa no había acabado en el momento en que se encontró lo suficientemente valiente como para enfrentarse a ella, pues naturalmente, ella esa bruja no querría acabar como la perdedora de esa batalla. Miró a un cielo plagado de estrellas parpadeantes y suspiró emitiendo un bao de su boca sonrosada. Su cerebro había llegado a entender dos cosas esa misma noche: la primera, que aquella mujer que todos llamaban bruja, volvería a aparecer y muy pronto. La segunda, que Laila la conocía bastante bien y era capaz de templarla. Lo verdaderamente inquietante fue el segundo descubrimiento. Laila no era de fiar.
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