sábado, 6 de agosto de 2016

Capítulo 9

Meg se encontraba leyendo un papiro procedente del Corpus Iuris Civilis. El Derecho le apasionaba y era por ello por lo que se había convertido en una de los jueces principales de la isla de Niotramm. Su mirada parda relamía cada una de las líneas escritas en latín. Para ella, el Derecho no era una forma de perder el tiempo, era su estilo de vida.
Alguien desde el otro lado de la estancia donde se encontraba Meg golpeó con suavidad la famosa puerta de roble con decoraciones doradas. Con un  sólo "pase", ésta se abrió con suavidad, dejando pasar a un hombre diminuto y delgado, que portaba un paquete. Meg lo miró interesada.
- Ha llegado un paquete para usted.- Dijo el hombre depositando el presente en el escritorio.
Una vez que el individuo se hubo marchado, Meg comenzó a desenvolver el papel marrón que cubría el paquete. Enarcó ambas cejas sorprendida y extendió en alto lo que había en él. Un vestido color añil. Al desplegar los faldones del vestido, una nota cayó en su pie derecho:
- Parte trasera de la Risueña. Cuando la luna esté en lo más alto.
Meg mordió una de sus uñas pensativa. Finalmente no pudo evitar sonreir al divisar quién la firmaba. Al pie de la nota había dos iniciales: M.A


Marcos Alcaraz se encontraba sentado en la hierva húmeda de la parte trasera del hostal. esperaba impaciente. ¿sería Meg capaz de venir? Se encogió de hombros. No le sorprendería nada en absoluto lo que la joven decidiera hacer. Era una caja de sorpresas, o más bien, una caja de misterios. Hacía un rato que media luna lucía en lo más alto del cielo. No era una noche plagada de estrellas en la más inmesa oscuridad, cómo a él le hubiese gustado.
De pronto escuchó unos pasos. Marcos Alcaraz se incorporó un poco. Sabía que fuese lo que fuese, todo aquello era inofensivo.
Pronto, en la oscuridad, pudo apreciar que se trataba de Meg. El muchacho sonrió nada más reconocer que llevaba puesto el vestido que le había regalado aquella misma noche. Corrió hacia ella deslizando sus botas por el roció de la hierva mojada.
-¿Y bien? ¿qué quieres decirme?.- Preguntó Meg. Había cambiado su vestimenta, pero no su desafiante mirada.
- No pasa nada porque dejes de ser antipática un día.- Meg se sorprendió por la osadía que había tenido su acompañante. Marcos Alcaraz la agarró con suavidad de su mano derecha.- Ven, siéntate aquí conmigo.
Permanecieron en un profundo silencio. Meg miraba a sus pies, mientras que aquel joven de cabello rubio ceniza no dejaba de observala. Era verdad que Niotramm se caracterizaba por tener a unas adolescentes bonitas, pero ninguna tenía punto de comparación con aquella que tenía a escasos centímetros de él. Se acercó un poco más a ella. La bruja no se apartó.
- Quiero saber un poco más de ti. Por qué la gente te tiene tanto miedo.
Meg lo miró intrigada. Un puñado de segundos después, decidió desplegar sus sonrosados y carnosos labios:
- Soy diferente a todos ellos. Los seres humanos tiene miedo a lo desconocido. Eso es todo.
-¿ Y tú le tienes miedo a algo?.- el joven no apartaba su mirada color miel del rostro de su compañera.
-¿Debería?
- Todo el mundo le tenemos miedo a algo.- Marcos Alcaraz estiró sus piernas.- Por ejemplo, yo tengo miedo al mar. No sé lo que se esconde ahí debajo.
- ¿ Y a mi no me tienes miedo?.- Era la primera vez que Meg miraba al chico a los ojos en toda la velada.
- ¿Crees que si te tuviera miedo estaría aquí contigo, Meg?.- Marcos Alcaraz mostró una de sus mejores sonrisas procedentes de su flamante dentadura.
El silencio volvió a ocupar sus almas. Meg parecía no pensar en nada y esperaba que el tiempo pasara, aunque tampoco tenía muchas prisas.
- ¿Cómo llegaste hasta aquí?.- Preguntó Marcos Alcaraz preso del silencio de la joven.
- Nací aquí.- Meg no esperó ni tan siquiera un segundo para contestar.
Marcos Alcaraz miró al cielo oscuro carecedor de estrellas. Recordó por un momento aquellas películas que solía ver con Celia, su novia, en la que el chico tenía por costumbre decir: "¿ves esa estrella? ¡ Te la regalo!" y la trama acababa en un sonoroso beso. <<Películas>> pensó Marcos Alcaraz mientras ladeaba la cabeza de un lado a otro. con Meg so no funcionaba. Ni siquiera lo intentaría. quería impresionarla, demostrarle que ella no era superior a todo el mundo como verdaderamente se imaginaba, pero no sabía por qué.
- ¿qué relación tenéis Laila y tú?
- ¿Me estás haciendo un interrogatorio?.- Meg frunció el ceño y se apartó unos centímetros del joven.
- Te he dicho que sólo quiero conocer un poco más de ti. ¿Qué tiene eso de malo?
- Yo no quiero que me conozca nadie. Todo va bien así.- Meg hizo una mueca de disgusto con su nariz.
- ¡Ajá!.- Marcos Alcaraz se incorporó del todo.- Ya se cuál es tu miedo.- Dejó pasar unas décimas de segundos para retomar aire necesario y determinar al fin.- Me tienes miedo a mi.
Meg lo miró estupefacta con las cejas enarcadas y sus ojos color pardos sobresalientes. Lo miró intensamente, como si fuera a lanzar un rayo fulminante y dejarlo pretrificado para siempre. Sin embargo, no le costó mucho trabajo espetar:
- ¿Crees de verdad que una persona con tanto poder encerrado en sí misma tendría miedo de alguien tan insignificante como tú?
Marcos Alcaraz advirtió la crueldad con la que Meg había escupido todas aquellas palabras de su boca. Sin embargo, hizo caso omiso de ellas. Tomó valentía una vez mas y aproximándose a ella lo suficientemente cerca no pudo evitar decir:
- Tienes miedo a esto.- Acto seguido, Marcos Alcaraz tomó el rostro de Meg entre sus manos y la beso en los labios con fuerza. Había deseado durante mucho tiempo que este momento llegase y podría adivinar con cierto prognóstico de fiabilidad las consecuencias que podría acarrear todo aquello. Fueron unas décimas de segundos que al forastero que no llevaba más que un puñado de meses le supieron a gloria.
Cuando Meg recobró la conciencia de todo aquello que esta sucediendo, abrió sus ojos una vez más y empujó al chico con suavidad. Lo miró con crueldad, como si se tratara de un verdugo sin piedad que fuera a aniquilar al último preso de algún calabozo escondido. Respiraba con furia y Marcos Alcaraz venía temiéndose lo peor.
Meg se incorporó recogiéndose sus faldones color añil. Se giró sin emitir ninguna palabra, aunque no era difícil acertar su enfado, pues llevaba los puños agarrotados y sus mejillas encendidas. El chico quiso aproximarse a ella, preguntarle si se encontraba bien o tal vez un "lo siento" por haber tomado la iniciativa de algo que quizá no era del todo correcto. Sin embargo, antes de que pudiera emitir algún paso, aquella bruja gritó desde un puñado de metros:
- ¡Aléjate de mi!
Marcos Alcaraz, por una vez, hizo caso a lo que dijo aquella joven. Pero sí era cierto que estaba muy orgulloso de lo que había sucedido hacía unos momentos. Había hecho algo que nadie se hubiera atrevido a desenvolver, es más, si aquello se lo hubiera planteado a alguien, posiblemente, lo hubieran tomado por un loco o por un necio. aquella bruja que iba sembrando el pánico por dónde sus zapatos de charol pisaban, aquella mujer de mirada desafiante, lo había besado, aunque se tratase de un beso robado. Marcos Alcaraz sonrió para sí. Sin embargo, no pudo evitar dirigir una mirada a un ventanal que se encontraba en la parte trasera de la Risueña. El rostro del chico se ensombreció al divisar a una Denís corriendo un a pesada cortina granate. No había duda de que Denís lo había visto todo, desde el primer momento, hasta, desgraciadamente, el último.

Por su parte, en el ala sur-oeste de la isla de Niotramm, Meg llegó a su alcoba, grande y espaciosa, y se quitó el vestido con furia. Empezó a desgarrarlo y a tirar jirones de aquella tela color azul añil por toda la recámara. Había hecho trizas aquel vestido. A continuación se reflejó en un espejo antiguo que estaba colgado en un rincón, deteniendo su mirada en cada una de las partes de su cuerpo desnudo. Llevó ambas manos a sus ojos y comenzó a llorar desconsoladamente. Toda aquella furia había desencadenado en un mar de agua salda procedente de su mirada color parda. <<No, por favor, otra vez no>> decía para sí. Meg había descubierto que las palabras de Marcos Alcaraz si mostraban ápices de certeza. Verdaderamente, Meg no le tenía miedo al chico. Tenía pánico a volverse a enamorar.


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