Fueron de los días más duros que se pudieron percibir en la Risueña. Denís no faltó a su promesa de retirarle la palabra a Marcos Alcaraz si éste se decantaba por seguir permitiendo que la bruja lo visitara. Pero no era la única residente que había decidido dejarle de hablar. De su parte se encontraba Oscar Duna.
Marcos Alcaraz fue capaz de sobrevivir los primeros días sin intercambiar palabras con nadie. Denís solía servir los desayunos a cada uno de los miembros, pero siempre faltaba un plato y una taza por poner, que no era otra que la de aquel muchacho de pelo color rubio ceniza. Marcos no le dio demasiada importancia. Podría tratarse de un descuido tal vez. Pero no tardó poco en percatarse que se encontraba sólo sentado en la mesa: Manel no era un hombre de muchas palabras y Julius siempre iba a su bola. La única que quizá le prestaba un poco de atención era Madre, pero enseguida empezaba a hablar de múltiples recetas e infinidad de productos de limpieza, que la conversación se hacía demasiado monótona.
Marcos Alcaraz volvía a aquellas primeras semanas de soledad que vivió tiempo atrás. Había comprado algún que otro libro en una pequeña librería que se encontraba cerca del palacete del Consejo Supremo. Las noches se le hacían muy pesadas, y por ello decidió matar el tiempo leyendo pesados volúmenes, algo que nunca le había llamado en gran cantidad la atención.
Un día, cuando comenzaba a desglosar el índice de un libro con carátulas de terciopelo azulado, alguien llamó a la puerta. Dio la casualidad que se encontraba en la cocina devorando un trozo de pastel y que estaba próximo a la salida del hostal. Con el libro bajo el brazo y el pastel en la mano contraria abrió sin más. Su sorpresa sobrevino cuando vio de quien se trataba. Era ella. Era Meg.
Marcos Alcaraz la observó sin apenas pestañear. Se detuvo en el detalle del color de su falda. Color verde botella intenso. Aunque la parte de arriba era de un color negro tizón, el muchacho pudo advertir que poco a poco, Meg estaba abandonado los colores sufridos.
- ¿Puedo pasar?
- Mejor damos un paseo.- De esta manera Marcos Alcaraz evitaba que existiera revuelos en el hostal.
Ambos caminaron pero dejando un puñado de metros de separación. No se miraban. Ninguno de ellos habían iniciado una conversación, por muy monóloga o corta que pareciese.Ambos se encontraban sumidos en sus pensamientos.
- ¿Por qué has venido a visitarme?.- Marcos Alcaraz cortó aquel silencio como si de un cuchillo con un hilo se tratara.
- Si quieres doy la vuelta y me voy.
- No vendrías a por otro beso ¿no?.- El joven soltó una carcajada.
El muchacho pronto se dio cuenta de la mueca de asco de su acompañante. Arrugó los ojos y empezó a analizarla. Las bromas no les sentaban bien a todo el mundo, eso lo sabía a la perfección. ¿Sería que Meg necesitaba un poco de cariño?
- Hay algo que te inquieta ¿no es así?.- Marcos Alcaraz la agarró del brazo y esperó un puñado de segundos una reacción. Meg sostuvo su mirada parda frente a la suya, a pesar de que tenía la costumbre de no mirar a los ojos. No dijo nada.
- ¿Sabes qué fue lo primero que me dijeron nada más poner un pie en La Risueña?.- Meg enarcó una ceja interesada.- Que me alejara de ti. Que eras peligrosa para todos nosotros. Sin embargo, decidí acercarme a ti sin importarme las consecuencias. He intentado por todos los medios conocerte mejor. Te he brindado mi mano, pero tú te empeñas en no tomarla. Sé que no has venido a darme ninguna explicación, pero aún así, yo te la pido. ¿Por qué Meg? ¿Por qué no me dejas quererte?
La bruja parpadeó un par de veces con su cabeza algo desorbitada. no daba crédito a lo que su fino oído estaba escuchando. Sin decir nada, metió una de sus delicada manos en un bolsillo de su falda color verde y sacó una carta. Marcos Alcaraz lo observó todo con detalle. La mano de Meg temblaba notablemente. El chico la volvió a mirar a los ojos una vez más.
- ¿Estás bien? ¿Pasa algo?
- No venía a hablar contigo. Quiero hablar con Denís.
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