Denís se sentía más nerviosa que nunca. Empezó a anudar su rebelde cabellera cobriza en una gruesa trenza. Se miró al espejo y comenzó a deshacerla, no se encontraba conforme con el resultado final. Comenzó a mojar con agua fría todo el cabello, persiguiendo el fin de poder asentarlo. Iba a ser la primera vez que iba a hablar en público y quería dar una buena imagen, sino, nadie la tomaría en serio.
En un principio, a pesar de tener dieciséis años recién cumplidos, la joven pensó que el resto de los ciudadanos la seguirían viendo como una niña y no darían importancia ni validez a su alegato. Abrió uno de los cajones de madera pintados con un estampado floral que ella misma había diseñado de su tocador y sacó un puñado de algodón. lo hizo una bola y lo colocó en cada uno de sus senos. Volvió a reflejarse en su espejo apretándose el corsé. Su cuerpo era más parecido al de una mujer, pero su rostro infantil seguía siendo el mismo.
- Denís, ¿estás preparada?.- Preguntó la voz femenina de Laila desde el otro lado de la puerta de su habitación.
La adolescente recogió todo aquello lo más rápido posible. Volvió a reflejarse una vez más en el espejo, y decidió quitar el algodón de su escote. <<¿Qué querías pretender Denís?>> se preguntó así misma. Sujetó el pomo de la puerta y con una sonrisa forzada, salió de su habitación.
Laila le dio un beso en la frente y le acarició el hombro. No habían tenido mucho tiempo para que ambas chicas se pudieran conocer mejor. Denís era desconfiada, a pesar de su rostro inocente y le costaba mucho abrirse con la gente. Laila no le producía antipatía, es más, la veía una persona con un enorme corazón, del mismo tamaño que el de sus pupilas color océano, pero el saber que era hija de Meg la desconcertaba y no la dejaba quieta.
- Aquí tengo algunos documentos sobre lo que vas a exponer hoy.- Dijo Laila mientras le mostraba a la adolescente unos papiros color amarillento al mismo tiempo que se dirigían a la salida del hostal.- He hecho algunas modificaciones sobre tu alegato para atraer mejor su atención.
- ¿Por qué no me lo has traído con más antelación?- Pregunto Denís furiosa cruzándose de brazos
- Lo siento, he venido en cuanto he podido. Ve leyéndolo por el camino, estoy segura de que lo harás de maravilla.
Laila la acompañó hacia una sótano de no se sabía donde. Cuando Denís llegó hacia aquella estancia, empezó a temblar. No había visto a tal aglomeración junta en su vida. Se mordió el labio inferior nerviosa y un sudor frío comenzó a surcar su sien. Laila la miró con ternura:
- Me marcho, tengo que hacer cosas. ¡Mucha suerte en tu primera reunión!
- ¡Laila espera! No puedes dejarme sola. ¿Y si digo algo mal? ¿Y si meto la pata? ¡Tendrás que ayudarme!
- Creo que ya va siendo hora de que te despegues de las faldas de los demás.- Denís frunció el ceño furiosa, odiaba que la llamaran dependiente.- Además, ¡tampoco es para tanto!
- No es justo. tengo que decir algo que ni siquiera me ha dado tiempo a estudiarme...
Laila soltó una peñera risita que resonó en los oídos de la otra joven como un conjunto de trompetas anunciando el apocalipsis final.
- Ah, una cosa.- dijo Laila cayendo en la cuenta de que algo muy importante se le estaba olvidando.- Todas estas personas son inmortales. Creo que es un dato que debes saber.
- ¿Estás loca? ¿Quieres que intente persuadir a unos inmortales? ¿Yo? ¡No soy como vosotros!
- Cálmate. Ellos te envidian, y les acompleja su situación. Se pondrán de tu parte, sólo tienes que saber como convencerlos. Confío en ti.
Denís tragó saliva y no puedo evitar morderse el labio inferior produciéndose un poco de sangre. Sus manos comenzaron a temblar y no faltó mucho para que los pergaminos se le cayeran. Miró al frente y volvió a divisar a la muchedumbre que se encontraba allí, esperándola. Algunos cuchicheaban entre ellos preguntándose el por qué estaban todos reunidos, otros sólo se limitaban a esperar.
LA joven arrugó los ojos. ¿Cuántos serían? ¿1000? ¿más? Sólo sabía contar hasta 100 y leía con mucha dificultad. Le iba a resultar imposible leer el pergamino que momentos antes Laila le había entregado. Además, ella no era una inmortal, ella no sabía lo que siente uno de ellos. Resultaba imposible poder convencer a alguien que ni siquiera entiendes´. Debía de encontrar algo que uniera a toda la isla, con independencia de que fueran inmortales o no. De repente, los ojos color esmeralda de Denís se agrandaron y una bombilla parpadeante apareció en lo alto de su cabeza. Había tenido una idea flamante, extraordinaria, con la que sabía de antemano que nada podía fallar.
- Hola, buenas tardes.- Dijo Denís lo más alto que pudo.- Mi nombre es Denís.
Todo el bullicio que hubo en un momento desapareció y cada uno de los aldeanos que conformaban aquella muchedumbre permaneció en silencio, expectantes a que la joven continuara hablando.
- Basta de rodeos, niña. Que venga alguien y nos aclare algo, estamos cansados de esperar.- Gritó un hombre mayor que se encontraba en las primeras filas de la sala.
Denís volvió a tragar saliva. <<Mira que sabía que no me iban a tomar en serio>> se dijo así misma. Si hubiera sido Laila la que hubiera ido en su lugar, le prestarían mucha más atención y no se tendría que ver ella misma intimidada.
- No va a venir nadie más. Soy y la que os tiene que decir algo.
-¿Tú?.- empezó a gritar todo el mundo.- Marchémonos de aquí.
todas aquellas personas comenzaron a levantarse de sus asientos
La isla
lunes, 13 de febrero de 2017
sábado, 5 de noviembre de 2016
capítulo 18
Un día como otro cualquiera, Meg acudió a su casa a descansar sobre un colchón mullido perteneciente a su alcoba de piedra rocosa. Antes de que se convirtiera en una inmortal, se quejaba todo el tiempo de que su habitación posiblemente fuera la más fría de todo el palacete. Ahora, la cosa menos fría que podía sentir era esa forma meteorológica.
Subió con parsimonia las baldosas de piedra de una infinita escalera, con los faldones de su vestido oscuro remangado para evitar algún que otro tropezón. No se perdonaría caerse por aquellos escalones. Ante todo, Meg era una persona excesivamente perfeccionista.
Abrió una pesada puerta de color vino y entró en su habitación. Se encontraba cansada, posiblemente algo no le habría sentado bien o sería que llevaba mucha tensión acumulada. Solo quería tumbarse en su cama y soñar que era una mujer de cuarenta años en cuyo cabello aparecían las primeras canas y debajo de sus ojos, las primeras arrugas.
Sin embargo, su habitación no estaba tal como la dejó, y ella sabía por qué. No olía como siempre, el ambiente se encontraba inquieto. De pronto, divisó en aquella espaciosa instancia a un ser que hacía mucho tiempo que no veía, más bien siglos, y al que deseaba abrazar una vez más.
Edward se encontraba sentado del revés en una silla de madera en un rincón de la instancia. la miraba sonriente y con su cabello oscuro desordenado como siempre. Meg lo miró inquieta y no pudo emitir palabra alguna procedente de sus labios sonrosados.
- Creí que tendrías más entusiasmo al verme después de tanto tiempo.- dijo el chico incorporándose y riendo a la vez.
Meg se acercó a él dubitativamente. No se fiaba de que pudiera tratarse del Edward al que tanto había amado y al que tantísimo había echado de menos. Posiblemente podía tratarse de la reencarnación de algún demonio que tantas veces había invocado para alguno de sus conjuros. Se acercó lo bastante a él y alzó una de sus finas manos para acariciarle el torso. Edward se apartó bruscamente y con un rostro de tristeza dijo:
- No es muy agradable tocar a un espectro.
- Así que no has venido para quedarte, ¿verdad?.- Meg preguntó cabizbaja. Por un momento creyó que su amado había venido a rescatarla de todo aquel mundo que se le quedaba pequeño y que conformaba la celda donde se encontraba encerrada. Había tardado mucho tiempo, sí, pero por un momento creyó que había merecido la pena esperar tanto.
- No pequeña, no puedo quedarme como me gustaría.
- ¿Entonces a qué has venido? Podías haberte ahorrado el viaje.
- Créeme que si hubiera podido elegir, no habría venido a visitarte. No soy nadie para perturbar tu vida y hacer que vuelvas a recordar lo que fuimos en un pasado.- Meg lo miró a los ojos intrigada.- Pero también era mi deber venir a...
- ¿a qué?.- Meg se encontraba nerviosa. Su cuerpo flaqueaba y su corazón palpitaba con más fuerza que cientos de huracanes juntos.
- A llevarme algo, pero también a darte una cosa.- Meg enarcó una ceja interesada.-Creo que viene siendo hora de que te deslindes del pasado.
- Empieza mejor por decirme el que te vas a llevar. Intuyo que va a ser una vida humana y de alguien a quien aprecio. ¿De quién se trata?
- No puedo decírtelo. Ni tampoco te lo imaginarás nunca. Pero no se irá precisamente hoy, sino cuando llegue el momento.
- Así que has venido para nada.
Meg se encontraba más desafiante que nunca. No le gustaban ese tipo de sorpresas. Le había emocionado enormemente verlo allí, sentado en una silla con su camisa de cuadros en tonos cremas, y con la misma apariencia de chico adolescente que tanto la había enamorado en su momento. Pero sabía que si se ilusionaba, en décimas de segundos vendría la desilusión. Aquella desilusión que tantos años la había acompañado, podría potenciarse.
- Precisamente vengo a hablarte de tu actitud. ¿Qué ha pasado con la Meg que yo conocía?.- Edward se sentó al lado de ella.
- Quizá se marcho contigo cuando tú te fuiste.
- No, no está conmigo. Esa Meg está escondida y yo he venido a sacarla de su escondite. Dime, ¿dónde se encuentra tu sonrisa juguetona?
El silencio inundó la sala. Meg pudo apreciar que el cuerpo de Edward no se mostraba con mucha nitidez y eso desconcertaba su mente. Quería que se marchase, pero al mismo tiempo que se quedara más tiempo a su lado y no dejarlo nunca más marchar.
- ¿Cómo estás?.- Preguntó Meg.
- No cielo, cómo estás tú.
- Supongo que no me termino a acostumbrar a vivir sin ti.
- Mira Meg...Yo te quiero muchísimo y me consta que tú a mi también. Pero hay una cosa que tenemos que tener clara los dos y es que no podemos estar nunca juntos. Pero no por ello debemos de estar reprimidos, a pesar de que crees que tienes toda la eternidad para poder superarlo, te recuerdo que el momento que debes vivir ahora es este, porque tardarás mucho tiempo en poder estar en una situación similar.
- ¿A qué te refieres?
- Hay muy pocos chicos como ese joven que tiene tu corazón dividido en dos: por una parte me quieres a mi, pero ese chico te está comiendo el terreno. Lo que quiero darte, Meg, es la oportunidad de que tu corazón no se encuentre nunca más dividido y que puedas entregarlo sin ningún miedo.
- No sabes nada de nada, Edward.
- Si lo sé pequeña. En todo este tiempo he estado vigilando tu actitud, tus movimientos y tus pensamientos. Sé que os queréis, pero te sientes mal por mi, como si de esa manera me estuvieras traicionando. He de decirte que me traicionas aún más cuando veo que tu felicidad ha desaparecido porque tu te has empeñado en que se esfumara.
Meg enarcó las cejas divertida. Era cierto que no podía estar más tiempo anclada a un pasado que no le pertenecía ya. Había sido una historia bonita, sí, pero ésta, desgraciada o afotunadamente, ya había acabado.
Un profundo silencio inundó el alma de Meg. Tenía ganas de decirle muchas cosas, muchas de las cuáles no le había dado tiempo.
- Necesito darte un abrazo.- susurró Meg sin apartar la vista de los adoquines grisáceos del suelo que pisaban sus mocasines de terciopelo azul.
- ¿Has probado alguna vez abrazar al aire? Es la misma sensación. Te desconcertaría mucho.
Meg miró los ojos marrones oscuros del chico. lo observó fijamente, como si quisiera transmitirle con la mirada todo lo que había vivido en los siglos anteriores. Pasó su húmeda lengua por sus labios carnosos. Era algo que siempre hacía cuando estaba nerviosa.
- ¿Cuánto tiempo piensas quedarte?
- He estado mucho tiempo deseoso de venir a ayudarte.- Edward se acercó más a la joven.- pero nunca encontraba el momento adecuado. Ahora sí creo que ese momento por fin ha llegado. No te preocupes, me quedaré a tu lado para ayudarte y me iré cuando crea que no me necesitas. Eso sí.- Edward no podía seguir sosteniendo la mirada y tragó un poco de saliva, sabía perfectamente lo que venía a continuación.- después del tiempo que voy a pasar en el mundo de los mortales, cuando me marche, no volveremos a vernos más.
Meg frunció el ceño llena de ira. se incorporó rápidamente del lado del muchacho y comenzó a tirar cosas al suelo. Estaba furiosa, y su brillante e inteligente mente no le daba más hueco para razonar. Se giró bruscamente y lo miró a los ojos desafiante.
- Así que vienes sabiendo que vas a perturbar mis pensamientos. en el momento en el que te marches, volveré a tener la esperanza de volver a verte, ya que es la única forma que puedo disfrutar de ti, ¿y ahora me dices que es la última vez que nos veamos? ¡No sé si recuerdas que pertenecemos a planos distintos, que nunca moriré y que mi alma no se reencontrará con la tuya jamás!
- No está en mi mano...
- Sí, sí está. Lo mejor que podías haber hecho es no venir.
- Meg necesitas ayuda, no te imaginas lo que viene ahora...
- ¿Cuándo he necesitado ayuda de alguien? ¿Eh? ¡¡Jamás!! ¡Y no me ha ido tan mal!
- ¿ Así que no te ha ido tan mal? ¿Has parado a pensar tu forma de vivir durante este tiempo?
El corazón de Meg dio un vuelco, y sus ojos parecían salir de sus órbitas. Edward había acertado de pleno. Inhaló profundamente todo lo que sus pulmones podían y más. Necesitaba ayuda, sí, y la necesitaba desde mucho tiempo, pero no a ese precio.
- Creo que lo mejor para mi es que te marches.- respondió Meg finalmente.- Enserio.
- Si lo que quieres es dejar de verme, está bien. Pero estaré a tu lado en todo momento, y en el momento en el que me necesites apareceré, sin necesidad de que me nombres ni me llames.
- Meg asintió con la cabeza y al mismo tiempo dejó escapar una lágrima fina de su mirada parda. Edward enterneció su rostro. La quería muchísimo, pero precisamente por eso mismo, tenía que ayudarla. Su felicidad estaba por encima de todo, ya que al fin y al cabo no era más que un espectro y su vida había acabado para siempre, pero no la de Meg. A ella aún le quedaba toda la eternidad y tenía que aprender a cómo vivirla.
El muchacho no dijo nada. Pensó en dedicarle un te quiero, pero creyó conveniente que era mejor no decir nada, la mataría por dentro. Retrocedió unos pasos sin dejar de mirarla de una manera muy dulce dejando que su nitidez fuera desapareciendo poco a poco, hasta convertirse invisible.
Meg tragó saliva. Sin duda, esa visita había sido un punto de inflexión en su vida, un antes y un después. Sabía con certeza que su visita no había sido cordial, había algo muy grave detrás de todo aquello.
La joven se llevó ambas manos a la cabeza y cerró los ojos fuertemente. Hacía muchas décadas que no dormía, desde que se convirtió en una inmortal. En ese momento, sintió envidia de todos los mortales. Añoraba muchas cosas de su vida pasada y una de ellas era el sueño: acostarse, cerrar los ojos y dejar que los problemas se desvanecieran por unos instantes.
Subió con parsimonia las baldosas de piedra de una infinita escalera, con los faldones de su vestido oscuro remangado para evitar algún que otro tropezón. No se perdonaría caerse por aquellos escalones. Ante todo, Meg era una persona excesivamente perfeccionista.
Abrió una pesada puerta de color vino y entró en su habitación. Se encontraba cansada, posiblemente algo no le habría sentado bien o sería que llevaba mucha tensión acumulada. Solo quería tumbarse en su cama y soñar que era una mujer de cuarenta años en cuyo cabello aparecían las primeras canas y debajo de sus ojos, las primeras arrugas.
Sin embargo, su habitación no estaba tal como la dejó, y ella sabía por qué. No olía como siempre, el ambiente se encontraba inquieto. De pronto, divisó en aquella espaciosa instancia a un ser que hacía mucho tiempo que no veía, más bien siglos, y al que deseaba abrazar una vez más.
Edward se encontraba sentado del revés en una silla de madera en un rincón de la instancia. la miraba sonriente y con su cabello oscuro desordenado como siempre. Meg lo miró inquieta y no pudo emitir palabra alguna procedente de sus labios sonrosados.
- Creí que tendrías más entusiasmo al verme después de tanto tiempo.- dijo el chico incorporándose y riendo a la vez.
Meg se acercó a él dubitativamente. No se fiaba de que pudiera tratarse del Edward al que tanto había amado y al que tantísimo había echado de menos. Posiblemente podía tratarse de la reencarnación de algún demonio que tantas veces había invocado para alguno de sus conjuros. Se acercó lo bastante a él y alzó una de sus finas manos para acariciarle el torso. Edward se apartó bruscamente y con un rostro de tristeza dijo:
- No es muy agradable tocar a un espectro.
- Así que no has venido para quedarte, ¿verdad?.- Meg preguntó cabizbaja. Por un momento creyó que su amado había venido a rescatarla de todo aquel mundo que se le quedaba pequeño y que conformaba la celda donde se encontraba encerrada. Había tardado mucho tiempo, sí, pero por un momento creyó que había merecido la pena esperar tanto.
- No pequeña, no puedo quedarme como me gustaría.
- ¿Entonces a qué has venido? Podías haberte ahorrado el viaje.
- Créeme que si hubiera podido elegir, no habría venido a visitarte. No soy nadie para perturbar tu vida y hacer que vuelvas a recordar lo que fuimos en un pasado.- Meg lo miró a los ojos intrigada.- Pero también era mi deber venir a...
- ¿a qué?.- Meg se encontraba nerviosa. Su cuerpo flaqueaba y su corazón palpitaba con más fuerza que cientos de huracanes juntos.
- A llevarme algo, pero también a darte una cosa.- Meg enarcó una ceja interesada.-Creo que viene siendo hora de que te deslindes del pasado.
- Empieza mejor por decirme el que te vas a llevar. Intuyo que va a ser una vida humana y de alguien a quien aprecio. ¿De quién se trata?
- No puedo decírtelo. Ni tampoco te lo imaginarás nunca. Pero no se irá precisamente hoy, sino cuando llegue el momento.
- Así que has venido para nada.
Meg se encontraba más desafiante que nunca. No le gustaban ese tipo de sorpresas. Le había emocionado enormemente verlo allí, sentado en una silla con su camisa de cuadros en tonos cremas, y con la misma apariencia de chico adolescente que tanto la había enamorado en su momento. Pero sabía que si se ilusionaba, en décimas de segundos vendría la desilusión. Aquella desilusión que tantos años la había acompañado, podría potenciarse.
- Precisamente vengo a hablarte de tu actitud. ¿Qué ha pasado con la Meg que yo conocía?.- Edward se sentó al lado de ella.
- Quizá se marcho contigo cuando tú te fuiste.
- No, no está conmigo. Esa Meg está escondida y yo he venido a sacarla de su escondite. Dime, ¿dónde se encuentra tu sonrisa juguetona?
El silencio inundó la sala. Meg pudo apreciar que el cuerpo de Edward no se mostraba con mucha nitidez y eso desconcertaba su mente. Quería que se marchase, pero al mismo tiempo que se quedara más tiempo a su lado y no dejarlo nunca más marchar.
- ¿Cómo estás?.- Preguntó Meg.
- No cielo, cómo estás tú.
- Supongo que no me termino a acostumbrar a vivir sin ti.
- Mira Meg...Yo te quiero muchísimo y me consta que tú a mi también. Pero hay una cosa que tenemos que tener clara los dos y es que no podemos estar nunca juntos. Pero no por ello debemos de estar reprimidos, a pesar de que crees que tienes toda la eternidad para poder superarlo, te recuerdo que el momento que debes vivir ahora es este, porque tardarás mucho tiempo en poder estar en una situación similar.
- ¿A qué te refieres?
- Hay muy pocos chicos como ese joven que tiene tu corazón dividido en dos: por una parte me quieres a mi, pero ese chico te está comiendo el terreno. Lo que quiero darte, Meg, es la oportunidad de que tu corazón no se encuentre nunca más dividido y que puedas entregarlo sin ningún miedo.
- No sabes nada de nada, Edward.
- Si lo sé pequeña. En todo este tiempo he estado vigilando tu actitud, tus movimientos y tus pensamientos. Sé que os queréis, pero te sientes mal por mi, como si de esa manera me estuvieras traicionando. He de decirte que me traicionas aún más cuando veo que tu felicidad ha desaparecido porque tu te has empeñado en que se esfumara.
Meg enarcó las cejas divertida. Era cierto que no podía estar más tiempo anclada a un pasado que no le pertenecía ya. Había sido una historia bonita, sí, pero ésta, desgraciada o afotunadamente, ya había acabado.
Un profundo silencio inundó el alma de Meg. Tenía ganas de decirle muchas cosas, muchas de las cuáles no le había dado tiempo.
- Necesito darte un abrazo.- susurró Meg sin apartar la vista de los adoquines grisáceos del suelo que pisaban sus mocasines de terciopelo azul.
- ¿Has probado alguna vez abrazar al aire? Es la misma sensación. Te desconcertaría mucho.
Meg miró los ojos marrones oscuros del chico. lo observó fijamente, como si quisiera transmitirle con la mirada todo lo que había vivido en los siglos anteriores. Pasó su húmeda lengua por sus labios carnosos. Era algo que siempre hacía cuando estaba nerviosa.
- ¿Cuánto tiempo piensas quedarte?
- He estado mucho tiempo deseoso de venir a ayudarte.- Edward se acercó más a la joven.- pero nunca encontraba el momento adecuado. Ahora sí creo que ese momento por fin ha llegado. No te preocupes, me quedaré a tu lado para ayudarte y me iré cuando crea que no me necesitas. Eso sí.- Edward no podía seguir sosteniendo la mirada y tragó un poco de saliva, sabía perfectamente lo que venía a continuación.- después del tiempo que voy a pasar en el mundo de los mortales, cuando me marche, no volveremos a vernos más.
Meg frunció el ceño llena de ira. se incorporó rápidamente del lado del muchacho y comenzó a tirar cosas al suelo. Estaba furiosa, y su brillante e inteligente mente no le daba más hueco para razonar. Se giró bruscamente y lo miró a los ojos desafiante.
- Así que vienes sabiendo que vas a perturbar mis pensamientos. en el momento en el que te marches, volveré a tener la esperanza de volver a verte, ya que es la única forma que puedo disfrutar de ti, ¿y ahora me dices que es la última vez que nos veamos? ¡No sé si recuerdas que pertenecemos a planos distintos, que nunca moriré y que mi alma no se reencontrará con la tuya jamás!
- No está en mi mano...
- Sí, sí está. Lo mejor que podías haber hecho es no venir.
- Meg necesitas ayuda, no te imaginas lo que viene ahora...
- ¿Cuándo he necesitado ayuda de alguien? ¿Eh? ¡¡Jamás!! ¡Y no me ha ido tan mal!
- ¿ Así que no te ha ido tan mal? ¿Has parado a pensar tu forma de vivir durante este tiempo?
El corazón de Meg dio un vuelco, y sus ojos parecían salir de sus órbitas. Edward había acertado de pleno. Inhaló profundamente todo lo que sus pulmones podían y más. Necesitaba ayuda, sí, y la necesitaba desde mucho tiempo, pero no a ese precio.
- Creo que lo mejor para mi es que te marches.- respondió Meg finalmente.- Enserio.
- Si lo que quieres es dejar de verme, está bien. Pero estaré a tu lado en todo momento, y en el momento en el que me necesites apareceré, sin necesidad de que me nombres ni me llames.
- Meg asintió con la cabeza y al mismo tiempo dejó escapar una lágrima fina de su mirada parda. Edward enterneció su rostro. La quería muchísimo, pero precisamente por eso mismo, tenía que ayudarla. Su felicidad estaba por encima de todo, ya que al fin y al cabo no era más que un espectro y su vida había acabado para siempre, pero no la de Meg. A ella aún le quedaba toda la eternidad y tenía que aprender a cómo vivirla.
El muchacho no dijo nada. Pensó en dedicarle un te quiero, pero creyó conveniente que era mejor no decir nada, la mataría por dentro. Retrocedió unos pasos sin dejar de mirarla de una manera muy dulce dejando que su nitidez fuera desapareciendo poco a poco, hasta convertirse invisible.
Meg tragó saliva. Sin duda, esa visita había sido un punto de inflexión en su vida, un antes y un después. Sabía con certeza que su visita no había sido cordial, había algo muy grave detrás de todo aquello.
La joven se llevó ambas manos a la cabeza y cerró los ojos fuertemente. Hacía muchas décadas que no dormía, desde que se convirtió en una inmortal. En ese momento, sintió envidia de todos los mortales. Añoraba muchas cosas de su vida pasada y una de ellas era el sueño: acostarse, cerrar los ojos y dejar que los problemas se desvanecieran por unos instantes.
viernes, 28 de octubre de 2016
Capítulo 17
- Su nombre era Edward y era el chico más maravilloso que podía haber conocido nunca. De hecho, supe que iba a ser mi compañero de vida durante mucho tiempo desde el primer día que lo vi, ahí sentado, en una banca de roble. ¿Sabes que la Risueña era el antiguo centro dónde se estudiaban las carreras universitarias? Pues es justamente en la sala que llamáis Refugio donde yo impartía clases.
El corazón me palpitaba con furia cada vez que lo veía, y era muy inevitable sonreir cuando nuestras miradas conectaban. ¡Qué estúpida yo sonriendo por él! Pero lo cierto es que por aquel entonces era solo una adolescente con muchas ideas en la cabeza, y una enorme cantidad de sueños por cumplir.
Era tímido y me costó mucho tiempo poder averiguar su nombre, o quizá no era tímido, y sólo prefería no intercambiar palabra alguna conmigo. Lo cierto es que fui una pesada y me sentaba todos los días a su lado en clase. Si tenía que rechazarme, que lo hiciera, aunque no estuviera preparada. Pero de mientras tanto, prefería seguir intentándolo una y otra vez más.
Aún recuerdo el día que decidió abrirse a mi. Más bien lo que vino a hacer fue invitarme a una quedada que habían hecho él y algunos amigos para debatir sobre temas políticos. Al principio me asusté: "¿hablarán de mi padre?" pensé por un momento, pues mi padre llevaba mucho tiempo siendo el primer presidente del Consejo Supremo, pero como no era más que una niña enamorada, no me importó tener que ir a escuchar barbaridades, sólo si estaba cerca de él.
Afortunadamente, mis temores sólo fueron ideas que se desvanecían, al igual que lo hace una mota de polvo con el viento. Me sentía muy agusto allí e incluso hice nuevos amigos, como ejemplo, Tiana, una chica que trabaja como tabernera en la plaza principal, Margot o Saúl.
¡Y por fin llegó el día que tanto deseaba! Tras varios meses acudiendo a esas entrevistas o reuniones secretas, me acompañó a casa. Allí fue cuando sentí lo que es estar enamorada tan de cerca. Me besó. Introdujo su lengua en mi boca y yo no supe hacer otra cosa que seguir el mismo movimiento de sus besos. Lo quería para mi, y desde ese momento, no sabría qué hacer si él decidía no acercarse más a mi persona.
Nos llevamos toda la madrugada sentados en la tierra, justo enfrente de casa. No me importaba que la mujer de mi padre o él mismo se asomaran a alguno de los ventanales de mármol barroco y me vieran entregando todo el amor que había dentro de mi a la persona que más deseaba en ese momento. Aun que dijera que no me importaba, sí era cierto que prefería que nadie visualizara nada.
Cuando llegué casa a la mañana siguiente, todo fueron preguntas. Incluso las propias criadas se encontraban interrogándome, como si de un peligroso delincuente me tratara. Comprendía que no eran horas de volver a casa. La esposa de mi padre me propinó una bofetada, y fue en ese momento cuando estallé de furia y corrí a acudir a la sala de reuniones de mi casa, dónde a menudo mi padre se reunía con el resto de presidentes del Consejo Supremo.
Siempre fui la debilidad de mi padre, y sabía con antelación que él me pondría por delante de cualquiera. Cualquier padre se hubiera enfurecido enormemente al ver que su hija se encontraba interrumpiendo una reunión importante. Pero ese no era mi caso. Me abrazó fuertemente, revolviendo mi cabello ondulado y pospuso toda aquella reunión para más tarde. Me sentía aliviada y a salvo. Si bien podría decir que mi corazón lo ocupaban las dos personas más importantes en mi vida: Edward y mi padre, Súlimo de Niotramm.
Mis encuentros con Edward cada vez eran más frecuentes. Su cabello moreno revuelto me enloquecía, pero sobre todo, lo que más me cautivaba de él era su mirada tan cargada de sinceridad y de buenas intenciones. Supongo que la gran parte de cosas que sé ahora se las debo a él. Edward me enseñó el significado de la palabra luchar, de la palabra resistir, y también de la palabra mejorar. Pero sobre todo, me enseñó a ponerlo en práctica.
Vivía en una residencia de estudiantes, como la mayoría de los habitantes de Niotramm que eran universitarios. Un día, decidió enseñarme su habitación y ahí, en ese preciso instante, ocurrió aquello que tanto había deseado desde la primera vez que lo conocí. En un diminuto camastro dónde no cabíamos ninguno de los dos, fue cuando entregué mi cuerpo por primera vez. Tuvo la mayor delicadeza del mundo conmigo. Me acariciaba y me besaba analizando delicadamente mi anatomía, y me insistía constantemente en que le avisara en el momento en que me estuviera haciendo daño. No sentí placer en todo el acto, pero sí era cierto que era de las cosas más bonitas que habría experimentado nunca.
sucesos así ocurrieron centenares de veces y cada vez con más frecuencia. No podría definir cuál fue el momento más mágico de todos los que he vivido con él, pero supongo que fue aquel en el que descubrí que no me bajaba el período y que podía tener una única y clara consecuencia: estar embarazada.
Acudí a una bruja muy famosa en Niotramm y terminó por confirmarme la noticia. Me sentía extraña, y a pesar de no llevar más de tres semanas de embarazo, ya podía observar numerosas diferencias en mi cuerpo.
Sentía un cúmulo de sensaciones al mismo momento. Por una parte, estaba enormemente feliz, pues no podía haber mejor noticia que ser madre de uno de los seres que más iba querer en toda mi vida, pero por otra parte, el hecho de no estar casada y de que nadie supiera nada sobre mi relación amorosa con Edward me entristecía profundamente.
Pasé varias noches yéndome a la cama sin probar bocado. Las náuseas ya comenzaban a hacer sus primeras apariciones en mi cuerpo y mis senos se agrandaron un poco.
Una semana después, Edward y yo contraímos matrimonio. sin embargo, recuerdo ese día como uno de los más tristes de mi vida, sólo por el hecho de que durante toda la ceremonia, sólo pensaba en cómo podría comunicarle todo ese cúmulo de noticias a mi padre.
Aún recuerdo su cara cuando vio por primera vez a Edward. De hecho, lo comprendía y sigo comprendiendo a día de hoy. Su rostro cabizbajo y su mirada reflejaba una tristeza infinita. Se sentía dolido, pues él ya no sería el único hombre que ocupara mi corazón, ni tampoco había sido el primero en enterarse de ello.
Pero no puso impedimento alguno. Dijo que se alegraba de nuestro enlace, pero algo en lo más profundo de mi mente me decía que me estaba mintiendo. Supongo que mi padre me engañó por mi propia felicidad.
A pesar de estar casados, Edward y yo no nos fuimos a vivir juntos. Yo me encontraba encerrada en cuatro paredes de piedra repletas de humedad, sin poder salir de allí, debido a un sangrado que sufrí durante el embarazo. Fueros los meses más terribles de mi vida. Lloraba desconsoladamente a todas horas. ¡Quería ir a pasear, a inundar mis pulmones de aire puro, a beber agua del lago!
Los meses se me pasaron muy lentos, y sobre todo, porque sólo veía a Edward una o dos veces por semana. Me revolvía en las sabanas color carmesí de mi cama, presa de los nervios y de mi ira por terminar con toda aquella situación. Creí que iba a volverme loca cuando me reflejaba en un espejo con decoraciones doradas de mi habitación y podía observar como mis caderas se ensanchaban y mis senos se redondeaban cada vez más.
Una madrugada, un dolor punzante interrumpió mis sueños. No pude evitar gritar. Acudieron en mi busca y vieron un terrible charco de sangre justo debajo de mi. No logro recordar si fue peor el dolor físico que el emocional.
Llamaron a un doctor. Había que anticipar el parto, sino mi vida o la del bebé corrían peligro. Papá acudió a mi al instante, abrazó mi cuerpo y beso mi sudorosa frente con fuerza. "Todo va a salir bien, no tengas miedo". Sabía que en los brazos de mi padre nada malo podría ocurrirme. En unos largos minutos, apareció Edward sudoroso, como consecuencia de haber venido apresurado. El rostro de mi padre se entristeció en el momento que lo observó desde la puerta. No comprendía porque la presencia de Edward molestaba tanto a papá.
Fueron las horas más largas que unas manecillas de reloj pueden marcar. Gritaba desesperada, pensé que no conocería nunca al bebé que estaba por nacer. Apreté los dientes con furia, resistiendo al dolor y querer ganarle la batalla. Cuando creí que no podía más, un llanto desgarró aquel cielo en madrugada y todos suspiraron aliviados. Edward sonrió y fue el primero en sostenerla en brazos. Yo cerré mis ojos, no tenía la suficiente fuerza para abrirlos, me pesaban enormemente. Lo que ocurrió después, no lo sé. Recuerdo que me desperté y ahí estaba mi padre, con un bebé en sus brazos. Sonrió apartándome un mechón ondulado de mi cara. Abrí un ojo y luego el otro. Estaba repleta de energía y no me explicaba el por qué. "Es una inyección que te hemos puesto para que te pongas fuerte" respondió mi padre al mismo tiempo que depositaba el bebé en mis brazos.
Me emocioné cuando vi su carita por primera vez. Una niña con un sólo mechón de cabello rubio que presidía su frente, y de unos impactantes ojos color océano. Mi hija me saludó sonriendo y yo no supe darle otra contestación que unas lágrimas de felicidad.
Sin embargo, a partir de ese momento, las cosas empezaron a volverse insostenibles. Pero la gota que colmó el vaso fue cuando Edward me dijo que me tenía que sacar de las garras de mi padre.
Enarqué una ceja enfadada. Mi padre era el hombre que me había dado la vida. Amaba a mi padre. ¿Cómo podía estar diciéndome eso? Pero lo más curioso fue que a partir de ese momento, papá también comenzó a mostrar unas especulaciones negativas sobre mi marido. ¿Cómo podía ser que a las personas que mas adoraba no podían llevarse bien?
"¿No crees que ya es hora de formar una familia e irnos a vivir juntos?" me preguntaba constantemente Edward, y en cierta medida, tenía razón. Jamás había despertado junto a él, amaneciendo con los primeros rayos de luz del ámbar y con el increíble resplandor de su sonrisa. En cierta medida, ya estaba casada con él y teníamos en común una hija en el mundo. Teóricamente, que tuviéramos nuestro pequeño hogar, era lo más normal que podía suceder. Sin el consentimiento de mi padre, decidí lanzarme a esta nueva aventura.
lo que viene después puedo calificarlo como "los momentos más mágicos e inolvidables de mi vida". No puedo extraer nada malo de todo aquel tiempo. Fui la persona más feliz del mundo. En casa sólo se respiraba amor.
Cuando Laila cumplió los trece años, volví a quedarme embarazada. Pero sin embargo, lo peor sólo estaba haciéndose derogar y llegaría en cualquier momento. tras varios meses de gestación, perdí al bebé y toda la ilusión que tenía acumulada en mi interior.
Fue justo en ese momento cuando observé el rostro de Edward. su cuerpo tan atlético estaba mostrando los primeros síntomas de su desaparición, su cabello oscuro rebelde se encontraba surcado por una tonalidad plateada. Acto seguido, me reflejé en el espejo. No había cambiado nada desde hacía trece años, y las culpas, se las eché a la genética.
Pero sin duda, el momento más triste de mi vida ocurrió el día del vigésimo cumpleaños de Laila. Edward cayó enfermo y apenas podía sostener la mirada sin cansarse segundos después. Pasé muchas noches mojando paños húmedos y refrescando el sudor de sus sienes. No me quería dar por vencida, tenía que curar a mi marido como fuese, a pesar de la negativa de todos los médicos, los cuales decían que no soportaría una noche más.
Pero siempre superaba la noche anterior, aunque al día siguiente amaneciera más dolorido que de costumbre. Entonces comprendí que Edward no se quería ir, pero que tampoco tenía fuerzas para seguir luchando. Me senté junto a él y le dije: " si deseas irte, hazlo mi amor. No te preocupes por nosotras, queremos lo mejor para ti y si tienes que marcharte de nuestro lado, puedes hacerlo. Que nada te mantenga atado a nosotras."
Edward me miró una vez más, y los últimos ápices de fortaleza los usó para tomar mi mano. Me miró, con una mirada oscura inundada de lágrimas y con el único hilo de voz que le quedaba me respondió:
- Eres la persona más increíble que he conocido en toda mi vida. Gracias, porque nunca he sido más feliz que hoy.
Edward suspiró profundamente y su corazón dio su último latido. Aquella mirada tan cargada de magia y honestidad se mantuvo perdida en algún punto de la habitación, siendo el reflejo de aquellos ojos que me miraban como jamás me había mirado nadie. Edward no deseaba marcharse, pues no quería permanecer en el olvido y lo que no sabía, que para mi el olvido no existe y que siempre sería esa utopía que jamás podría alcanzar.
En ese preciso instante me percaté en algo que no me había dado cuenta nunca antes. Edward tenía por aquel entonces cuarenta años, y aunque su mirada sigue siendo la misma, su rostro no tenía nada en absoluto que ver con el que yo conocí veintiún años atrás. Fue el momento en el que decidí pasar por el que siempre había sido mi hogar, y preguntar a mi padre el por qué mi hija tenía una apariencia más adulta que yo.
Recorrí todos los recovecos del palacete dónde se reunían tan a menudo el Consejo Supremo. A pesar que hacía veinte años que mis pies no pisaban aquella alfombra roja tan rasposa y poco mullida, ni que mi delicado olfato apreciara el olor a polvo y a antiguo, no podría jamás olvidar ninguno de todos los escondites que poseía ese palacete.
Cuando abrí aquella majestuosa puerta decorada con motivos dorados, descubrí algo que me dejó estupefacta. Era mi padre. Y sabía que era él porque a pesar de que no lo veía desde hacía veinte años, seguía siendo la misma persona con el mismo físico.
El corazón me palpitaba con furia cada vez que lo veía, y era muy inevitable sonreir cuando nuestras miradas conectaban. ¡Qué estúpida yo sonriendo por él! Pero lo cierto es que por aquel entonces era solo una adolescente con muchas ideas en la cabeza, y una enorme cantidad de sueños por cumplir.
Era tímido y me costó mucho tiempo poder averiguar su nombre, o quizá no era tímido, y sólo prefería no intercambiar palabra alguna conmigo. Lo cierto es que fui una pesada y me sentaba todos los días a su lado en clase. Si tenía que rechazarme, que lo hiciera, aunque no estuviera preparada. Pero de mientras tanto, prefería seguir intentándolo una y otra vez más.
Aún recuerdo el día que decidió abrirse a mi. Más bien lo que vino a hacer fue invitarme a una quedada que habían hecho él y algunos amigos para debatir sobre temas políticos. Al principio me asusté: "¿hablarán de mi padre?" pensé por un momento, pues mi padre llevaba mucho tiempo siendo el primer presidente del Consejo Supremo, pero como no era más que una niña enamorada, no me importó tener que ir a escuchar barbaridades, sólo si estaba cerca de él.
Afortunadamente, mis temores sólo fueron ideas que se desvanecían, al igual que lo hace una mota de polvo con el viento. Me sentía muy agusto allí e incluso hice nuevos amigos, como ejemplo, Tiana, una chica que trabaja como tabernera en la plaza principal, Margot o Saúl.
¡Y por fin llegó el día que tanto deseaba! Tras varios meses acudiendo a esas entrevistas o reuniones secretas, me acompañó a casa. Allí fue cuando sentí lo que es estar enamorada tan de cerca. Me besó. Introdujo su lengua en mi boca y yo no supe hacer otra cosa que seguir el mismo movimiento de sus besos. Lo quería para mi, y desde ese momento, no sabría qué hacer si él decidía no acercarse más a mi persona.
Nos llevamos toda la madrugada sentados en la tierra, justo enfrente de casa. No me importaba que la mujer de mi padre o él mismo se asomaran a alguno de los ventanales de mármol barroco y me vieran entregando todo el amor que había dentro de mi a la persona que más deseaba en ese momento. Aun que dijera que no me importaba, sí era cierto que prefería que nadie visualizara nada.
Cuando llegué casa a la mañana siguiente, todo fueron preguntas. Incluso las propias criadas se encontraban interrogándome, como si de un peligroso delincuente me tratara. Comprendía que no eran horas de volver a casa. La esposa de mi padre me propinó una bofetada, y fue en ese momento cuando estallé de furia y corrí a acudir a la sala de reuniones de mi casa, dónde a menudo mi padre se reunía con el resto de presidentes del Consejo Supremo.
Siempre fui la debilidad de mi padre, y sabía con antelación que él me pondría por delante de cualquiera. Cualquier padre se hubiera enfurecido enormemente al ver que su hija se encontraba interrumpiendo una reunión importante. Pero ese no era mi caso. Me abrazó fuertemente, revolviendo mi cabello ondulado y pospuso toda aquella reunión para más tarde. Me sentía aliviada y a salvo. Si bien podría decir que mi corazón lo ocupaban las dos personas más importantes en mi vida: Edward y mi padre, Súlimo de Niotramm.
Mis encuentros con Edward cada vez eran más frecuentes. Su cabello moreno revuelto me enloquecía, pero sobre todo, lo que más me cautivaba de él era su mirada tan cargada de sinceridad y de buenas intenciones. Supongo que la gran parte de cosas que sé ahora se las debo a él. Edward me enseñó el significado de la palabra luchar, de la palabra resistir, y también de la palabra mejorar. Pero sobre todo, me enseñó a ponerlo en práctica.
Vivía en una residencia de estudiantes, como la mayoría de los habitantes de Niotramm que eran universitarios. Un día, decidió enseñarme su habitación y ahí, en ese preciso instante, ocurrió aquello que tanto había deseado desde la primera vez que lo conocí. En un diminuto camastro dónde no cabíamos ninguno de los dos, fue cuando entregué mi cuerpo por primera vez. Tuvo la mayor delicadeza del mundo conmigo. Me acariciaba y me besaba analizando delicadamente mi anatomía, y me insistía constantemente en que le avisara en el momento en que me estuviera haciendo daño. No sentí placer en todo el acto, pero sí era cierto que era de las cosas más bonitas que habría experimentado nunca.
sucesos así ocurrieron centenares de veces y cada vez con más frecuencia. No podría definir cuál fue el momento más mágico de todos los que he vivido con él, pero supongo que fue aquel en el que descubrí que no me bajaba el período y que podía tener una única y clara consecuencia: estar embarazada.
Acudí a una bruja muy famosa en Niotramm y terminó por confirmarme la noticia. Me sentía extraña, y a pesar de no llevar más de tres semanas de embarazo, ya podía observar numerosas diferencias en mi cuerpo.
Sentía un cúmulo de sensaciones al mismo momento. Por una parte, estaba enormemente feliz, pues no podía haber mejor noticia que ser madre de uno de los seres que más iba querer en toda mi vida, pero por otra parte, el hecho de no estar casada y de que nadie supiera nada sobre mi relación amorosa con Edward me entristecía profundamente.
Pasé varias noches yéndome a la cama sin probar bocado. Las náuseas ya comenzaban a hacer sus primeras apariciones en mi cuerpo y mis senos se agrandaron un poco.
Una semana después, Edward y yo contraímos matrimonio. sin embargo, recuerdo ese día como uno de los más tristes de mi vida, sólo por el hecho de que durante toda la ceremonia, sólo pensaba en cómo podría comunicarle todo ese cúmulo de noticias a mi padre.
Aún recuerdo su cara cuando vio por primera vez a Edward. De hecho, lo comprendía y sigo comprendiendo a día de hoy. Su rostro cabizbajo y su mirada reflejaba una tristeza infinita. Se sentía dolido, pues él ya no sería el único hombre que ocupara mi corazón, ni tampoco había sido el primero en enterarse de ello.
Pero no puso impedimento alguno. Dijo que se alegraba de nuestro enlace, pero algo en lo más profundo de mi mente me decía que me estaba mintiendo. Supongo que mi padre me engañó por mi propia felicidad.
A pesar de estar casados, Edward y yo no nos fuimos a vivir juntos. Yo me encontraba encerrada en cuatro paredes de piedra repletas de humedad, sin poder salir de allí, debido a un sangrado que sufrí durante el embarazo. Fueros los meses más terribles de mi vida. Lloraba desconsoladamente a todas horas. ¡Quería ir a pasear, a inundar mis pulmones de aire puro, a beber agua del lago!
Los meses se me pasaron muy lentos, y sobre todo, porque sólo veía a Edward una o dos veces por semana. Me revolvía en las sabanas color carmesí de mi cama, presa de los nervios y de mi ira por terminar con toda aquella situación. Creí que iba a volverme loca cuando me reflejaba en un espejo con decoraciones doradas de mi habitación y podía observar como mis caderas se ensanchaban y mis senos se redondeaban cada vez más.
Una madrugada, un dolor punzante interrumpió mis sueños. No pude evitar gritar. Acudieron en mi busca y vieron un terrible charco de sangre justo debajo de mi. No logro recordar si fue peor el dolor físico que el emocional.
Llamaron a un doctor. Había que anticipar el parto, sino mi vida o la del bebé corrían peligro. Papá acudió a mi al instante, abrazó mi cuerpo y beso mi sudorosa frente con fuerza. "Todo va a salir bien, no tengas miedo". Sabía que en los brazos de mi padre nada malo podría ocurrirme. En unos largos minutos, apareció Edward sudoroso, como consecuencia de haber venido apresurado. El rostro de mi padre se entristeció en el momento que lo observó desde la puerta. No comprendía porque la presencia de Edward molestaba tanto a papá.
Fueron las horas más largas que unas manecillas de reloj pueden marcar. Gritaba desesperada, pensé que no conocería nunca al bebé que estaba por nacer. Apreté los dientes con furia, resistiendo al dolor y querer ganarle la batalla. Cuando creí que no podía más, un llanto desgarró aquel cielo en madrugada y todos suspiraron aliviados. Edward sonrió y fue el primero en sostenerla en brazos. Yo cerré mis ojos, no tenía la suficiente fuerza para abrirlos, me pesaban enormemente. Lo que ocurrió después, no lo sé. Recuerdo que me desperté y ahí estaba mi padre, con un bebé en sus brazos. Sonrió apartándome un mechón ondulado de mi cara. Abrí un ojo y luego el otro. Estaba repleta de energía y no me explicaba el por qué. "Es una inyección que te hemos puesto para que te pongas fuerte" respondió mi padre al mismo tiempo que depositaba el bebé en mis brazos.
Me emocioné cuando vi su carita por primera vez. Una niña con un sólo mechón de cabello rubio que presidía su frente, y de unos impactantes ojos color océano. Mi hija me saludó sonriendo y yo no supe darle otra contestación que unas lágrimas de felicidad.
Sin embargo, a partir de ese momento, las cosas empezaron a volverse insostenibles. Pero la gota que colmó el vaso fue cuando Edward me dijo que me tenía que sacar de las garras de mi padre.
Enarqué una ceja enfadada. Mi padre era el hombre que me había dado la vida. Amaba a mi padre. ¿Cómo podía estar diciéndome eso? Pero lo más curioso fue que a partir de ese momento, papá también comenzó a mostrar unas especulaciones negativas sobre mi marido. ¿Cómo podía ser que a las personas que mas adoraba no podían llevarse bien?
"¿No crees que ya es hora de formar una familia e irnos a vivir juntos?" me preguntaba constantemente Edward, y en cierta medida, tenía razón. Jamás había despertado junto a él, amaneciendo con los primeros rayos de luz del ámbar y con el increíble resplandor de su sonrisa. En cierta medida, ya estaba casada con él y teníamos en común una hija en el mundo. Teóricamente, que tuviéramos nuestro pequeño hogar, era lo más normal que podía suceder. Sin el consentimiento de mi padre, decidí lanzarme a esta nueva aventura.
lo que viene después puedo calificarlo como "los momentos más mágicos e inolvidables de mi vida". No puedo extraer nada malo de todo aquel tiempo. Fui la persona más feliz del mundo. En casa sólo se respiraba amor.
Cuando Laila cumplió los trece años, volví a quedarme embarazada. Pero sin embargo, lo peor sólo estaba haciéndose derogar y llegaría en cualquier momento. tras varios meses de gestación, perdí al bebé y toda la ilusión que tenía acumulada en mi interior.
Fue justo en ese momento cuando observé el rostro de Edward. su cuerpo tan atlético estaba mostrando los primeros síntomas de su desaparición, su cabello oscuro rebelde se encontraba surcado por una tonalidad plateada. Acto seguido, me reflejé en el espejo. No había cambiado nada desde hacía trece años, y las culpas, se las eché a la genética.
Pero sin duda, el momento más triste de mi vida ocurrió el día del vigésimo cumpleaños de Laila. Edward cayó enfermo y apenas podía sostener la mirada sin cansarse segundos después. Pasé muchas noches mojando paños húmedos y refrescando el sudor de sus sienes. No me quería dar por vencida, tenía que curar a mi marido como fuese, a pesar de la negativa de todos los médicos, los cuales decían que no soportaría una noche más.
Pero siempre superaba la noche anterior, aunque al día siguiente amaneciera más dolorido que de costumbre. Entonces comprendí que Edward no se quería ir, pero que tampoco tenía fuerzas para seguir luchando. Me senté junto a él y le dije: " si deseas irte, hazlo mi amor. No te preocupes por nosotras, queremos lo mejor para ti y si tienes que marcharte de nuestro lado, puedes hacerlo. Que nada te mantenga atado a nosotras."
Edward me miró una vez más, y los últimos ápices de fortaleza los usó para tomar mi mano. Me miró, con una mirada oscura inundada de lágrimas y con el único hilo de voz que le quedaba me respondió:
- Eres la persona más increíble que he conocido en toda mi vida. Gracias, porque nunca he sido más feliz que hoy.
Edward suspiró profundamente y su corazón dio su último latido. Aquella mirada tan cargada de magia y honestidad se mantuvo perdida en algún punto de la habitación, siendo el reflejo de aquellos ojos que me miraban como jamás me había mirado nadie. Edward no deseaba marcharse, pues no quería permanecer en el olvido y lo que no sabía, que para mi el olvido no existe y que siempre sería esa utopía que jamás podría alcanzar.
En ese preciso instante me percaté en algo que no me había dado cuenta nunca antes. Edward tenía por aquel entonces cuarenta años, y aunque su mirada sigue siendo la misma, su rostro no tenía nada en absoluto que ver con el que yo conocí veintiún años atrás. Fue el momento en el que decidí pasar por el que siempre había sido mi hogar, y preguntar a mi padre el por qué mi hija tenía una apariencia más adulta que yo.
Recorrí todos los recovecos del palacete dónde se reunían tan a menudo el Consejo Supremo. A pesar que hacía veinte años que mis pies no pisaban aquella alfombra roja tan rasposa y poco mullida, ni que mi delicado olfato apreciara el olor a polvo y a antiguo, no podría jamás olvidar ninguno de todos los escondites que poseía ese palacete.
Cuando abrí aquella majestuosa puerta decorada con motivos dorados, descubrí algo que me dejó estupefacta. Era mi padre. Y sabía que era él porque a pesar de que no lo veía desde hacía veinte años, seguía siendo la misma persona con el mismo físico.
Capítulo 16
Tal como Meg dijo, al tercer día aparecería en el Refugio, y lo hizo acompañada de Laila. Ambas entraron por la puerta que daba lugar al jardín trasero. Marcos Alcaraz, Óscar duna, Denís y Manel estaban allí, esperándolas impacientes e inquietos. Querían descubrir toda la verdad, aunque doliera, pero más sufrimiento ocasionaría vivir con toda aquella incertidumbre de por vida.
Marcos Alcaraz observó los movimientos de Meg detenidamente. Se encontraba más bella que nunca, a pesar de que no había cambiado en nada su aspecto: cabello castaño oscuro que caían como finas hondas hasta debajo de su pecho y ropa color tizón. Pero, efectivamente, si había algo distinto en aquella bruja: su mirada parda no se encontraba desafiante como de costumbre, más bien todo lo opuesto. Meg estaba cabizbaja, si podía evitar mirar a alguien a los ojos, lo hacía. Pero sobre todo, intentaba evitar aquella mirada color miel que tanto adoraba.
Algunos presentes tomaron asiento, y otros, mientras tanto, permanecieron de pie. Marcos Alcaraz la miraba con despecho. Siempre arrugaba los ojos cuando se encontraba dolido, y ese día no era menos para dejar mostrar su ira. Meg no se dignó a mirarlo a los ojos, a pesar que sabía de sobra que la mirada de Marcos Alcaraz la estaba buscando.
- Hemos leído el libro.- Dijo Óscar Duna sin ir con rodeos.- Queremos una explicación.
Laila tragó saliva asintiendo con la cabeza. Se encontraba preparada para hacerlo. Había pasado muchas noches pensando en cuál sería la mejor manera de decir toda la verdad, y, aunque no se sentía nada cómoda, prefería despegarse de toda aquella angustia contendida en su pecho.
- ¿Qué es eso de la inmortalidad?.- Preguntó Denís queriendo rellenar ese vacío de silencio que se había creado en unas décimas de segundo.
- Podéis preguntarle al autor del libro ya que se encuentra aquí.- Dijo la voz profunda de Meg.
Marcos Alcaraz la miró una vez más y éste volvió a esquivar una vez más también su mirada. No comprendía por qué Meg le tenía tanto odio o rencor, fuera lo que fuese, a Manel. Comenzó a recordar que ella misma había sido la que se había encargado años atrás de salvar a Manel de que fuera convertido en un inmortal. La idea de que Meg era inmortal se reflejaba con más claridad en su mente, pero no quería aceptarlo, aunque su subconsciente le recordara en todo momento que no podría evitar saber la verdad durante mucho más tiempo.
Manel también le dirigió una mirada desafiante desde sus ojos negros, negros como el azabache, que parecían no tener pupila. Pero no dijo nada. Parecía que estaba disfrutando de ver a Meg en toda aquella situación.
- Un inmortal nunca podrá experimentar lo que es la muerte.- respondió Laila en medio de toda aquella tensión.- Será preso de una juventud eterna.- la voz de Laila comenzó a resquebrajarse.
- ¿Sois las dos inmortales?.- Preguntó Marcos Alcaraz. Esa fue la primera vez que la mirada color parda de Meg chocó con la de su contrincante.
El silencio hizo una de sus frecuentes apariciones una vez más. La respiración de Meg volvió a ser más agitada que de costumbre.
- Cuando me lo contaste a mi no te sentías tan nerviosa.- intervino Manel.
- Cállate.- espetó Meg con la boca casi cerrada.
- Contéstale.- Insistió Óscar Duna.- no disponemos de toda esa eternidad que decís para esperar tu respuesta.
- Sí, lo somos.- contestó Laila dejando escapar una lágrima, pero sin apartar su mirada color océano profunda del chico.
Óscar Duna la miró alarmado, sin poder creerse lo que su tímpano estaba escuchando y su cerebro procesando. Laila hizo el amago de tocarle el brazo, pero Óscar Duna se apartó de ella. Ahora comprendía las sospechas de Marcos Alcaraz cuando decía que Laila era menos de fiar que Meg. A ésta se le vía venir, a Laila no.
Meg volvió a dirigir una mirada de socorro a Marcos Alcaraz, pero éste fue ahora quién decidió esquivarla, como si de un bumerang se dirigiera a su cabeza.
- ¿Cuántos años tenéis?.- Preguntó Denís atusando su melena color cobriza. Siempre hacía lo mismo cuando se encontraba nerviosa.
- 253 años.- respondió Laila.
- ¿Las dos?.- volvió a preguntar Denís.
- No. Meg tiene veinte años más.
- Contadnos por qué os volvisteis inmortales.- sugirió Óscar Duna.
- Me niego a dar ese tipo de explicación.- gruñó Meg.
- ¿Lo cuento yo?.- La voz de Manel cada vez se iba haciendo más insoportable para los oídos de la bruja.
- Sí.- dijo Marcos Alcaraz. Meg le suplicó con la mirada que se callara.
- Antes tienen que explicar la relación que hay entre ellas.- Añadió Manel.- y la verdad es que me apetece enormemente escuchar estas palabras de tus labios.- El rostro de Meg se encontraba incendiado y lleno de ira. Si por ella fuera lo habría petrificado en ese mismo instante y hubiera conseguido que se callase de una vez por todas entre llamaras de fuego.
- ¿Sois novias o algo así?.- Preguntó Óscar Duna.- porque que seáis amigas ya lo sabemos.
Laila miró a Meg. En su mirada reflejaba que no quería ser ella la que contestase a esa pregunta. Ahora le tocaba a Meg. Inhaló aire una vez más, lo necesitaba más que nunca.
- Laila es mi hija.- A continuación, su mirada acudió disparada a la de Marcos Alcaraz.- No era necesario que lo dijese, pero ya que todos queréis una explicación, es ahora cuando voy a contaros un poco más sobre nosotras.
Meg se incorporó. Esta dispuesta a sincerarse, como jamás lo había hecho. Pero no lo hacía porque creía tenía que dar una explicación, sino porque se la debía a alguien, y, ese alguien, no era otro que Marcos Alcaraz. Desde el primer momento, había admirado al joven por su gran capacidad de abrirse a la gente, algo que ella no había podido conseguir nunca en más de dos siglos de existencia. Respiró aire una vez más, profundamente, y lo volvió a mirar. Quería demostrarle que no era una bruja peligrosa, como toda la isla creía. Era cierto que utilizaba la magia negra, pero solo como una coraza para que nadie se dignara a conocerla y dejarla vivir toda la eternidad en paz, con la más absoluta soledad, pero sin ninguna otra preocupación.
- Hace casi tres siglos comenzó el fomento de las universidades en la isla. Entre todas mis profesiones, además de bruja, sabéis que soy uno de los jueces que conforman el tribunal de Niotramm. Yo estudiaba el Corpus Iuris Civilis en la universidad de Niotramm. Supongo que como toda adolescente me enamoré y acabé casándome con alguien que mi padre no aceptaba. Desde ese momento, mi padre decidió hacerme inmortal, sin yo saber lo que verdaderamente estaba ocurriendo con mi vida. Pasaba el tiempo y mi marido envejecía pero yo seguía con la misma apariencia que antes. Laila nació de ese matrimonio y bueno...- suspiró.- cuando descubrí que mi padre me había hecho inmortal, decidí que Laila también lo debería de ser. No podría perdonarme verla morir.
- Egoísta...- espetó Óscar Duna.
- ¿Crees que no supe que era una pésima madre? ¡No hay día que no me arrepiente de haber hecho las cosas así! Pero quería que Laila se hiciera fuerte, inmune a cualquier sentimiento y desde que apareciste tú...
- ¿Querías convertirla en una copia de ti?.- Preguntó Óscar duna temblando de ira.
- Desde que llegasteis los dos, las cosas en nuestras vidas han cambiado mucho.- las miradas entre Meg y Marcos se hacían cada vez más intensas. Habéis roto con todos nuestros esquemas, con nuestra vida cotidiana. Yo, personalmente, he intentado alejarme de ti.- dijo dirigiéndose a Marcos Alcaraz.- y no lo he podido conseguir. Nunca os pondría en el aprieto de convertiros a ningún de vosotros en un inmortal, pero si he de ver a alguien de vosotros va a morir, prefiero dejar de tener trato.
Marcos Alcaraz en ese preciso momento sabía que la joven estaba diciendo la verdad, agarrando su corazón con el puño. El corazón del chico pareció encogerse, pero no dijo nada.
- Laila no se equivocó cuando me dijo que eráis buenos chicos, y yo misma pude advertir que era verdad. Pero cuando me tocó el momento de llevar la carta, Laila y yo pusimos en marcha un plan.
- ¿Cuál es ese plan?.- preguntó Denís que parecía ser la única que aún poseía algo de aliento en su voz.
- Queremos ayudaros a escapar de aquí, pero para eso necesitamos tiempo. Tiempo que nosotras sí poseemos pero ustedes no.- Laila decidió ayudar a su madre.- Desde hace algunos meses, yo personalmente me he encargado de buscar apoyo. Son muchos los mortales que piensan como vosotros, pero son aún más los inmortales que quieren escapar de aquí. La vida en Niotramm es demasiada monótona y necesitan romper con toda esta rutina.
Aquella conversación acabó poco después. Todos los asistentes a la reunión quedaron conformes, pero no sin haber entendido que su vida acababa de dar un vuelco espeluznante. Sabían de sobra que ya nada volvería a ser como antes. Óscar duna aún se encontraba perplejo y no daba todavía crédito a lo que había ocurrido anteriormente, Denís se encontraba a la espera de que alguien le diera una respuesta satisfactoria y Marcos Alcaraz aún estaba tragando toda esa bola de información que no había sido capaz de digerir antes.
Todos salieron por la puerta que daba lugar al jardín trasero del hostal. Nadie dijo nada, ya estaba todo dicho. Marcos Alcaraz se paró en seco, sus pies no le respondían. Intentó despegar la suela de su zapato de la fina hierba que se encontraba debajo de éste pero no pudo. Una vez que todos se habían marchado recobró la normalidad y miro hacia atrás. Allí estaba Meg. Triste, decaída y con ojos llorosos, que si bien estaban resistiéndose en dejar escapar alguna que otra lágrima.
- No utilices la magia conmigo.- dijo Marcos Alcaraz comprendiendo que esa parálisis que él había sufrido había sido producto de un hechizo.
- Si no lo hacía no querrías escucharme.- a pesar de que Meg siempre había guardado las distancias, esta vez se aproximó lo suficiente a él.
- Creo que ya he escuchado bastante por hoy.
- No me hagas tener que pedírtelo por favor.
Marcos Alcaraz resopló y agitó los brazos para liberarse de toda la tensión contenida. Estaba harto de que Meg le estuviera tomando siempre el pelo, que lo utilizara, y quería acabar con esa situación de una vez por todas.
- ¿Qué tiene de malo el pedir perdón? ¿Por qué eres tan egoísta Meg? ¡Deja tu ego a un lado!
- No me comprendes.
- Sí, sí te comprendo y sé que vivir todos estos años no ha debido ser fácil para ti. Pero es tu modo de vivir la vida la que te ha hecho ser una infeliz. Comprendo que no quieras volver a pasarlo a mal y no te quieras enamorar de mi, pero si me vas a tratar de esta forma, te pido por favor que no te acerques más. Ahora te toca comprenderme a mi.
Meg soltó una lágrima. Su corazón se debatía en una profunda batalla con su ego. Esta vez decidió guiarse por sus sentimientos, y sin pensarlo dos veces para evitar recapacitar y dar marcha atrás, se abalanzó sobre el chico y lo beso en los labios, con los ojos cerrados, sin parar de derramar finas lágrimas. Ya le había sido imposible contenerlas y decidió que sus lágrimas siguieran el curso que debían de seguir, al igual que su corazón.
Marcos Alcaraz no podía comprende lo que estaba sucediendo. La apartó y sosteniendo su rostro entre sus robustas manos, comenzó a examinarla más de cerca. pudo ver en su mirada cubierta de agua salada que se trataba de la muchacha que él se había empeñado en descubrir y que por fin la tenía delante de él.
- ¿Qué voy a hacer contigo Meg?.- Dijo abrazándola fuertemente.
- Romper mis esquemas y rehacerlos de nuevo.
Marcos Alcaraz observó los movimientos de Meg detenidamente. Se encontraba más bella que nunca, a pesar de que no había cambiado en nada su aspecto: cabello castaño oscuro que caían como finas hondas hasta debajo de su pecho y ropa color tizón. Pero, efectivamente, si había algo distinto en aquella bruja: su mirada parda no se encontraba desafiante como de costumbre, más bien todo lo opuesto. Meg estaba cabizbaja, si podía evitar mirar a alguien a los ojos, lo hacía. Pero sobre todo, intentaba evitar aquella mirada color miel que tanto adoraba.
Algunos presentes tomaron asiento, y otros, mientras tanto, permanecieron de pie. Marcos Alcaraz la miraba con despecho. Siempre arrugaba los ojos cuando se encontraba dolido, y ese día no era menos para dejar mostrar su ira. Meg no se dignó a mirarlo a los ojos, a pesar que sabía de sobra que la mirada de Marcos Alcaraz la estaba buscando.
- Hemos leído el libro.- Dijo Óscar Duna sin ir con rodeos.- Queremos una explicación.
Laila tragó saliva asintiendo con la cabeza. Se encontraba preparada para hacerlo. Había pasado muchas noches pensando en cuál sería la mejor manera de decir toda la verdad, y, aunque no se sentía nada cómoda, prefería despegarse de toda aquella angustia contendida en su pecho.
- ¿Qué es eso de la inmortalidad?.- Preguntó Denís queriendo rellenar ese vacío de silencio que se había creado en unas décimas de segundo.
- Podéis preguntarle al autor del libro ya que se encuentra aquí.- Dijo la voz profunda de Meg.
Marcos Alcaraz la miró una vez más y éste volvió a esquivar una vez más también su mirada. No comprendía por qué Meg le tenía tanto odio o rencor, fuera lo que fuese, a Manel. Comenzó a recordar que ella misma había sido la que se había encargado años atrás de salvar a Manel de que fuera convertido en un inmortal. La idea de que Meg era inmortal se reflejaba con más claridad en su mente, pero no quería aceptarlo, aunque su subconsciente le recordara en todo momento que no podría evitar saber la verdad durante mucho más tiempo.
Manel también le dirigió una mirada desafiante desde sus ojos negros, negros como el azabache, que parecían no tener pupila. Pero no dijo nada. Parecía que estaba disfrutando de ver a Meg en toda aquella situación.
- Un inmortal nunca podrá experimentar lo que es la muerte.- respondió Laila en medio de toda aquella tensión.- Será preso de una juventud eterna.- la voz de Laila comenzó a resquebrajarse.
- ¿Sois las dos inmortales?.- Preguntó Marcos Alcaraz. Esa fue la primera vez que la mirada color parda de Meg chocó con la de su contrincante.
El silencio hizo una de sus frecuentes apariciones una vez más. La respiración de Meg volvió a ser más agitada que de costumbre.
- Cuando me lo contaste a mi no te sentías tan nerviosa.- intervino Manel.
- Cállate.- espetó Meg con la boca casi cerrada.
- Contéstale.- Insistió Óscar Duna.- no disponemos de toda esa eternidad que decís para esperar tu respuesta.
- Sí, lo somos.- contestó Laila dejando escapar una lágrima, pero sin apartar su mirada color océano profunda del chico.
Óscar Duna la miró alarmado, sin poder creerse lo que su tímpano estaba escuchando y su cerebro procesando. Laila hizo el amago de tocarle el brazo, pero Óscar Duna se apartó de ella. Ahora comprendía las sospechas de Marcos Alcaraz cuando decía que Laila era menos de fiar que Meg. A ésta se le vía venir, a Laila no.
Meg volvió a dirigir una mirada de socorro a Marcos Alcaraz, pero éste fue ahora quién decidió esquivarla, como si de un bumerang se dirigiera a su cabeza.
- ¿Cuántos años tenéis?.- Preguntó Denís atusando su melena color cobriza. Siempre hacía lo mismo cuando se encontraba nerviosa.
- 253 años.- respondió Laila.
- ¿Las dos?.- volvió a preguntar Denís.
- No. Meg tiene veinte años más.
- Contadnos por qué os volvisteis inmortales.- sugirió Óscar Duna.
- Me niego a dar ese tipo de explicación.- gruñó Meg.
- ¿Lo cuento yo?.- La voz de Manel cada vez se iba haciendo más insoportable para los oídos de la bruja.
- Sí.- dijo Marcos Alcaraz. Meg le suplicó con la mirada que se callara.
- Antes tienen que explicar la relación que hay entre ellas.- Añadió Manel.- y la verdad es que me apetece enormemente escuchar estas palabras de tus labios.- El rostro de Meg se encontraba incendiado y lleno de ira. Si por ella fuera lo habría petrificado en ese mismo instante y hubiera conseguido que se callase de una vez por todas entre llamaras de fuego.
- ¿Sois novias o algo así?.- Preguntó Óscar Duna.- porque que seáis amigas ya lo sabemos.
Laila miró a Meg. En su mirada reflejaba que no quería ser ella la que contestase a esa pregunta. Ahora le tocaba a Meg. Inhaló aire una vez más, lo necesitaba más que nunca.
- Laila es mi hija.- A continuación, su mirada acudió disparada a la de Marcos Alcaraz.- No era necesario que lo dijese, pero ya que todos queréis una explicación, es ahora cuando voy a contaros un poco más sobre nosotras.
Meg se incorporó. Esta dispuesta a sincerarse, como jamás lo había hecho. Pero no lo hacía porque creía tenía que dar una explicación, sino porque se la debía a alguien, y, ese alguien, no era otro que Marcos Alcaraz. Desde el primer momento, había admirado al joven por su gran capacidad de abrirse a la gente, algo que ella no había podido conseguir nunca en más de dos siglos de existencia. Respiró aire una vez más, profundamente, y lo volvió a mirar. Quería demostrarle que no era una bruja peligrosa, como toda la isla creía. Era cierto que utilizaba la magia negra, pero solo como una coraza para que nadie se dignara a conocerla y dejarla vivir toda la eternidad en paz, con la más absoluta soledad, pero sin ninguna otra preocupación.
- Hace casi tres siglos comenzó el fomento de las universidades en la isla. Entre todas mis profesiones, además de bruja, sabéis que soy uno de los jueces que conforman el tribunal de Niotramm. Yo estudiaba el Corpus Iuris Civilis en la universidad de Niotramm. Supongo que como toda adolescente me enamoré y acabé casándome con alguien que mi padre no aceptaba. Desde ese momento, mi padre decidió hacerme inmortal, sin yo saber lo que verdaderamente estaba ocurriendo con mi vida. Pasaba el tiempo y mi marido envejecía pero yo seguía con la misma apariencia que antes. Laila nació de ese matrimonio y bueno...- suspiró.- cuando descubrí que mi padre me había hecho inmortal, decidí que Laila también lo debería de ser. No podría perdonarme verla morir.
- Egoísta...- espetó Óscar Duna.
- ¿Crees que no supe que era una pésima madre? ¡No hay día que no me arrepiente de haber hecho las cosas así! Pero quería que Laila se hiciera fuerte, inmune a cualquier sentimiento y desde que apareciste tú...
- ¿Querías convertirla en una copia de ti?.- Preguntó Óscar duna temblando de ira.
- Desde que llegasteis los dos, las cosas en nuestras vidas han cambiado mucho.- las miradas entre Meg y Marcos se hacían cada vez más intensas. Habéis roto con todos nuestros esquemas, con nuestra vida cotidiana. Yo, personalmente, he intentado alejarme de ti.- dijo dirigiéndose a Marcos Alcaraz.- y no lo he podido conseguir. Nunca os pondría en el aprieto de convertiros a ningún de vosotros en un inmortal, pero si he de ver a alguien de vosotros va a morir, prefiero dejar de tener trato.
Marcos Alcaraz en ese preciso momento sabía que la joven estaba diciendo la verdad, agarrando su corazón con el puño. El corazón del chico pareció encogerse, pero no dijo nada.
- Laila no se equivocó cuando me dijo que eráis buenos chicos, y yo misma pude advertir que era verdad. Pero cuando me tocó el momento de llevar la carta, Laila y yo pusimos en marcha un plan.
- ¿Cuál es ese plan?.- preguntó Denís que parecía ser la única que aún poseía algo de aliento en su voz.
- Queremos ayudaros a escapar de aquí, pero para eso necesitamos tiempo. Tiempo que nosotras sí poseemos pero ustedes no.- Laila decidió ayudar a su madre.- Desde hace algunos meses, yo personalmente me he encargado de buscar apoyo. Son muchos los mortales que piensan como vosotros, pero son aún más los inmortales que quieren escapar de aquí. La vida en Niotramm es demasiada monótona y necesitan romper con toda esta rutina.
Aquella conversación acabó poco después. Todos los asistentes a la reunión quedaron conformes, pero no sin haber entendido que su vida acababa de dar un vuelco espeluznante. Sabían de sobra que ya nada volvería a ser como antes. Óscar duna aún se encontraba perplejo y no daba todavía crédito a lo que había ocurrido anteriormente, Denís se encontraba a la espera de que alguien le diera una respuesta satisfactoria y Marcos Alcaraz aún estaba tragando toda esa bola de información que no había sido capaz de digerir antes.
Todos salieron por la puerta que daba lugar al jardín trasero del hostal. Nadie dijo nada, ya estaba todo dicho. Marcos Alcaraz se paró en seco, sus pies no le respondían. Intentó despegar la suela de su zapato de la fina hierba que se encontraba debajo de éste pero no pudo. Una vez que todos se habían marchado recobró la normalidad y miro hacia atrás. Allí estaba Meg. Triste, decaída y con ojos llorosos, que si bien estaban resistiéndose en dejar escapar alguna que otra lágrima.
- No utilices la magia conmigo.- dijo Marcos Alcaraz comprendiendo que esa parálisis que él había sufrido había sido producto de un hechizo.
- Si no lo hacía no querrías escucharme.- a pesar de que Meg siempre había guardado las distancias, esta vez se aproximó lo suficiente a él.
- Creo que ya he escuchado bastante por hoy.
- No me hagas tener que pedírtelo por favor.
Marcos Alcaraz resopló y agitó los brazos para liberarse de toda la tensión contenida. Estaba harto de que Meg le estuviera tomando siempre el pelo, que lo utilizara, y quería acabar con esa situación de una vez por todas.
- ¿Qué tiene de malo el pedir perdón? ¿Por qué eres tan egoísta Meg? ¡Deja tu ego a un lado!
- No me comprendes.
- Sí, sí te comprendo y sé que vivir todos estos años no ha debido ser fácil para ti. Pero es tu modo de vivir la vida la que te ha hecho ser una infeliz. Comprendo que no quieras volver a pasarlo a mal y no te quieras enamorar de mi, pero si me vas a tratar de esta forma, te pido por favor que no te acerques más. Ahora te toca comprenderme a mi.
Meg soltó una lágrima. Su corazón se debatía en una profunda batalla con su ego. Esta vez decidió guiarse por sus sentimientos, y sin pensarlo dos veces para evitar recapacitar y dar marcha atrás, se abalanzó sobre el chico y lo beso en los labios, con los ojos cerrados, sin parar de derramar finas lágrimas. Ya le había sido imposible contenerlas y decidió que sus lágrimas siguieran el curso que debían de seguir, al igual que su corazón.
Marcos Alcaraz no podía comprende lo que estaba sucediendo. La apartó y sosteniendo su rostro entre sus robustas manos, comenzó a examinarla más de cerca. pudo ver en su mirada cubierta de agua salada que se trataba de la muchacha que él se había empeñado en descubrir y que por fin la tenía delante de él.
- ¿Qué voy a hacer contigo Meg?.- Dijo abrazándola fuertemente.
- Romper mis esquemas y rehacerlos de nuevo.
jueves, 27 de octubre de 2016
Capítulo 15
Aquella noche, Marcos Alcaraz encendió un candil en el refugio, se acomodó con una manta de cuadros verdosos y se dispuso a leer. Abrió el libro una vez más por el lugar dónde lo había dejado de leer. Tres páginas más que seguían sin ofrecer ningún dato relevante. La vista del joven comenzó a cansarse y se llegó a plantear el dejar de estudiar de noche, básicamente porque no sabía dónde podía adquirir unas lentes en aquella misteriosa isla, la cuál iba a ser muy pronto descubierta.
Pasaron las horas, y Marcos Alcaraz aún no había hallado nada importante dentro de aquel manual. Pero por fin, la cosa comenzó a ponerse interesante, sobre todo cuando llegó al capítulo: "La Risueña, lugar de encuentro". ¿Lugar de encuentro? ¿De qué?. A pesar de que Marcos Alcaraz se encontraba cansado y que a medida que iba leyendo las palabras, sus pestañas le iban pesando cada vez más y su subconsciente le iba recordando que se acercaba la hora de irse a dormir. "Me quedaré un poco más y mañana continuaré leyendo" se dijo así mismo, pero tuvo que cambiar la idea al leer la palabra "inmortales" en aquel capítulo.
"Tras varios lustros viviendo en este islote, pude comprobar que mandaban cartas en las que se exponía el motivo de una gripe contagiosa y que los habitantes de Niotramm tenían que acudir en seguida a vacunarse" lo verdaderamente extraño es que nunca me mandaron la carta a mi. ¿Sería inmune? ¿Querían que no me curase?"
La bombilla parpadeante volvió a aparecerse una vez más en la mente del joven. Posiblemente, la carta que Meg traía para Denís era aquella en la que se determinaba expresamente que la adolescente tenía que ir a vacunarse si quería evitar ser contagiada por aquella gripe tan peligrosa. Marcos Alcaraz frunció el ceño. Ahora más que nunca debía de continuar leyendo, aunque sus ojos no se lo permitiese.
"Esa vacuna no va contra ninguna gripe, pero sí es cierto que tiene un efecto primordial: el de la inmortalidad, el de no envejecer y permanecer siempre intacto".
El corazón de Marcos Alcaraz se detuvo un instante. Su cara comenzó a tornarse de un color rojo intenso y la respiración empezó a faltarle. Comenzó a sentirse mareado. ¿Qué era eso de que los habitantes de Niotramm eran inmortales? ¿Sería Manel un inmortal? ¿Julius o Madre? ¿Laila? ¿Meg?
Un sin fin de ideas espeluznantes brotaron de su mente. Ahora su corazón parecía ir más deprisa que nunca, como si tuviera prisa en salir de su pecho lo antes posible. Con todas sus fuerzas, emitió un grito con el nombre de "Óscar". Las náuseas volvían a él y no pudo evitar caer desplomado en uno de los cojines. Aquella noticia le había llegado a lo más profundo de su alma y necesitaba a alguien que estuviese con él.
Tras unos instantes, Denís y Óscar Duna aparecieron en el refugio. Denís corrió apresurada a por un paño para quitar el sudor frío de la cara de su amigo mientras que Óscar se aproximó a él para saber qué le ocurría. Marcos Alcaraz lo único que podía hacer en esos momentos era balbucear, las palabras no querían desprenderse de sus cuerdas vocales. El joven tomó el libro en sus manos y leyó la misma página que su compañero había descifrado momentos antes. La boca de Óscar duna se tornó en una O mayúscula. Jamás hubiera podido imaginar que ese fuese el secreto que rodeaba a la isla de Niotramm. Para él, que la brujería existiese tan de cerca ya era algo alarmante, imagináos si se tratara de una cuestión tan peligrosa como la inmortalidad.
Denís apareció en escena con un paño húmedo y acudió a auxiliar a Marcos Alcaraz que se encontraba al borde del colapso. Su mirada color esmeralda se dirigió a la de Óscar Duna, que aún se encontraba con la boca desencajada.
- ¿Se puede saber qué ha pasado aquí?.- Preguntó la joven con el ceño fruncido.
Ninguno de los dos jóvenes consiguió tomar aliento después de aquel momento. No les hacía falta leer más nada, ya no habría nada que les pudiera sorprender más.
Tras varios instantes, ambos pudieron recobrar el aliento. Denís llevó un poco de agua a los dos muchachos para que pudieran incorporarse y salir de aquel ataque de shock. Marcos Alcaraz tragó agua y con la voz aún un poco quebrada dijo:
- Merecemos una explicación a esto. La vida de Denís se encuentra en juego.- dijo aún respirando fuertemente.
- ¿Mi vida? ¿Por qué?.- Denís se llevó ambas manos a la boca.
- Quieren hacerte inmortal.- contestó Óscar Duna a expensas de que su amigo era incapaz de contestar en aquellos instantes.
- ¿Y qué tiene eso de malo?.- Preguntó Denís divertida.
- ¿Te gustaría ver como la vida pasa y tú no lo haces con ella?.- Dijo Manel desde la oscuridad a medida que se aproximaba a ellos.- Tus hijos, nietos y bisnietos mueren y tú te encuentras con la apariencia de una niña de dieciséis años.- Denís emitió una mueca de asco al escuchar la palabra "niña" pero hizo caso omiso.- Ese libro lo escribí yo. Estuve a punto de que me mataran.
- ¿Y por qué no lo mataron?.- Preguntó Marcos Alcaraz pudiendo por fin recuperar la voz.
- No soy un inmortal, si eso es lo que te preguntas. Tú amiga Meg fue la que me salvó.
- ¿Meg?.- Preguntó el chico temiéndose lo peor.
- Hay muchas cosas que no sabes de ella.- Manel se sentó en una silla roída.- La conozco muy bien, y aún me faltan cosas por saber.
Pasaron las horas, y Marcos Alcaraz aún no había hallado nada importante dentro de aquel manual. Pero por fin, la cosa comenzó a ponerse interesante, sobre todo cuando llegó al capítulo: "La Risueña, lugar de encuentro". ¿Lugar de encuentro? ¿De qué?. A pesar de que Marcos Alcaraz se encontraba cansado y que a medida que iba leyendo las palabras, sus pestañas le iban pesando cada vez más y su subconsciente le iba recordando que se acercaba la hora de irse a dormir. "Me quedaré un poco más y mañana continuaré leyendo" se dijo así mismo, pero tuvo que cambiar la idea al leer la palabra "inmortales" en aquel capítulo.
"Tras varios lustros viviendo en este islote, pude comprobar que mandaban cartas en las que se exponía el motivo de una gripe contagiosa y que los habitantes de Niotramm tenían que acudir en seguida a vacunarse" lo verdaderamente extraño es que nunca me mandaron la carta a mi. ¿Sería inmune? ¿Querían que no me curase?"
La bombilla parpadeante volvió a aparecerse una vez más en la mente del joven. Posiblemente, la carta que Meg traía para Denís era aquella en la que se determinaba expresamente que la adolescente tenía que ir a vacunarse si quería evitar ser contagiada por aquella gripe tan peligrosa. Marcos Alcaraz frunció el ceño. Ahora más que nunca debía de continuar leyendo, aunque sus ojos no se lo permitiese.
"Esa vacuna no va contra ninguna gripe, pero sí es cierto que tiene un efecto primordial: el de la inmortalidad, el de no envejecer y permanecer siempre intacto".
El corazón de Marcos Alcaraz se detuvo un instante. Su cara comenzó a tornarse de un color rojo intenso y la respiración empezó a faltarle. Comenzó a sentirse mareado. ¿Qué era eso de que los habitantes de Niotramm eran inmortales? ¿Sería Manel un inmortal? ¿Julius o Madre? ¿Laila? ¿Meg?
Un sin fin de ideas espeluznantes brotaron de su mente. Ahora su corazón parecía ir más deprisa que nunca, como si tuviera prisa en salir de su pecho lo antes posible. Con todas sus fuerzas, emitió un grito con el nombre de "Óscar". Las náuseas volvían a él y no pudo evitar caer desplomado en uno de los cojines. Aquella noticia le había llegado a lo más profundo de su alma y necesitaba a alguien que estuviese con él.
Tras unos instantes, Denís y Óscar Duna aparecieron en el refugio. Denís corrió apresurada a por un paño para quitar el sudor frío de la cara de su amigo mientras que Óscar se aproximó a él para saber qué le ocurría. Marcos Alcaraz lo único que podía hacer en esos momentos era balbucear, las palabras no querían desprenderse de sus cuerdas vocales. El joven tomó el libro en sus manos y leyó la misma página que su compañero había descifrado momentos antes. La boca de Óscar duna se tornó en una O mayúscula. Jamás hubiera podido imaginar que ese fuese el secreto que rodeaba a la isla de Niotramm. Para él, que la brujería existiese tan de cerca ya era algo alarmante, imagináos si se tratara de una cuestión tan peligrosa como la inmortalidad.
Denís apareció en escena con un paño húmedo y acudió a auxiliar a Marcos Alcaraz que se encontraba al borde del colapso. Su mirada color esmeralda se dirigió a la de Óscar Duna, que aún se encontraba con la boca desencajada.
- ¿Se puede saber qué ha pasado aquí?.- Preguntó la joven con el ceño fruncido.
Ninguno de los dos jóvenes consiguió tomar aliento después de aquel momento. No les hacía falta leer más nada, ya no habría nada que les pudiera sorprender más.
Tras varios instantes, ambos pudieron recobrar el aliento. Denís llevó un poco de agua a los dos muchachos para que pudieran incorporarse y salir de aquel ataque de shock. Marcos Alcaraz tragó agua y con la voz aún un poco quebrada dijo:
- Merecemos una explicación a esto. La vida de Denís se encuentra en juego.- dijo aún respirando fuertemente.
- ¿Mi vida? ¿Por qué?.- Denís se llevó ambas manos a la boca.
- Quieren hacerte inmortal.- contestó Óscar Duna a expensas de que su amigo era incapaz de contestar en aquellos instantes.
- ¿Y qué tiene eso de malo?.- Preguntó Denís divertida.
- ¿Te gustaría ver como la vida pasa y tú no lo haces con ella?.- Dijo Manel desde la oscuridad a medida que se aproximaba a ellos.- Tus hijos, nietos y bisnietos mueren y tú te encuentras con la apariencia de una niña de dieciséis años.- Denís emitió una mueca de asco al escuchar la palabra "niña" pero hizo caso omiso.- Ese libro lo escribí yo. Estuve a punto de que me mataran.
- ¿Y por qué no lo mataron?.- Preguntó Marcos Alcaraz pudiendo por fin recuperar la voz.
- No soy un inmortal, si eso es lo que te preguntas. Tú amiga Meg fue la que me salvó.
- ¿Meg?.- Preguntó el chico temiéndose lo peor.
- Hay muchas cosas que no sabes de ella.- Manel se sentó en una silla roída.- La conozco muy bien, y aún me faltan cosas por saber.
capítulo 14
- Trae ese maldito libro.- Dijo Óscar Duna arrebatándole el manual de las manos del otro muchacho.
- Lo encontré yo.- Respondió Marcos Alcaraz preso del pánico.- Y no me falta mucho por acabar. Si empieza tú a leerlo, tardaremos el doble. Además.- dijo el joven con una media sonrisa.- nunca te gustó leer.
- Tienes razón.- sonrió Óscar Duna tirándole el libro a la cabeza.- todo tuyo.
Marcos Alcaraz se acomodó en uno de los cuatro cojines gigantes color granate que se encontraba en el suelo. Abrió el libro una vez más y comenzó a leerlo. no le quedaba mucho, pero estaba dispuesto a pasar todas las madrugadas que fueran posibles, sólo si así podía ahogar toda aquella incertidumbre que tenía contenida en el pecho.
Óscar Duna lo examinaba desde la lejanía cruzado de brazos. Tampoco le parecía de especial gravedad lo que había ocurrido hace tan sólo unos momentos. Prontó apareció en su mente la imagen de una Laila con su mirada color océano profundo perdida en sus pensamientos. Su rostro angelical estaba serio y su voz parecía más apagada que nunca. Verdaderamente, para ella no debería ser fácil desvelar un secreto de semejante calibre.
Óscar Duna se aproximó a su compañero. Lo miró a los ojos y pudo comprender por qué se habían distanciado tanto en tan poco tiempo. Eran personas muy diferentes, lo sabía, pero ese no era el motivo como para que ni siquiera se hablasen, después de haber estado juntos toda una vida.
Marcos Alcaraz le dirigió una mirada color miel de reojo, pero no le dijo nada. Tenía que leer, agotar su vista en las últimas líneas de aquel viejo libro. Sin embargo, Óscar Duna no pudo contener más sus palabras, y decidió rasgar todo aquel silencio como si de una catana cortando un hilo se tratase..
- ¿Te acuerdas el por qué vinimos aquí, Marcos? ¿Te acuerdas por qué decidimos emprender esta aventura?
Marcos Alcaraz cerró el libro de golpe y lo miró fijamente. Se encontraba serio, pero su rostro reflejaba una triste melancolía.
- No quiero recordarlo. Sabes que no son cosas agradables.
- Siempre he parecido el más fuerte de los dos. El más insensato también. El que se recogía en la madrugada con una fuerte borrachera y tú eras el que me acompañabas a casa. Eras como mi hermano mayor, a pesar de que seas el menor de los dos. Te he admirado siempre ,no por tus notas en la universidad, que también, sino por qué has sido muy fuerte a pesar de todas las circunstancias que nos han tocado vivir.
- No te martirices de esa forma Óscar. Prometimos olvidar nuestra vida pasada y empezar una nueva. El pasado siempre fue nuestro enemigo, ¿por qué quieres volver a él?
- Porque hay veces que no viene mal recordar nuestro origen. Así nos hacemos más fuertes.- se produjo un breve silencio. Marcos Alcaraz lo escuchaba atentamente.- Tenía sólo nueve años y recuerdo ese momento como si lo estuviera visualizando ahí.- señaló un rincón de la sala.- delante de mí. Recuerdo perfectamente el fuerte hedor de alcohol de mi padre y los rasguños, quemaduras de cigarrillo y moratones en la piel de mi madre. Sólo tenía nueve años cuando mi padre me obligó a presenciar la muerte de mi madre.- una lágrima rodó hasta la barbilla del muchacho.- "Así es como debe comportarse un hombre" decía mi padre mientras que con el cinturón le propinaba otro golpe. Y otro, y otro. Mi madre quedó moribunda en el suelo, y yo... ¡Yo era sólo un crío!
- Tranquilízate.- Marcos Alcaraz no pudo evitar acompañar a su amigo en el llanto.
- quiero hacerlo. Llevo muchos años queriéndome desahogar. Lo necesito.- Marcos Alcaraz asintió firmemente con la cabeza. Estaba dispuesto a escucharlo y a ayudarlo como siempre lo había hecho.- Estaba en shock, no sabía que hacer. Vi a mi madre, y en aquel momento pensé que la había perdido. Creo que mi padre también se dio cuenta.- Suspiró profundamente.- Por eso decidió tirarse por la ventana. Me asomé al balcón y vi a la típica muchedumbre de vecinos cotillas haciendo un coro al cuerpo de mi padre, que yacía en un profundo charco de sangre. Sus ojos estaban abiertos de par en par. En ese momento creí que él estaba muerto, pero me alegré. Sabes que soy ateo, peor en ese momento, imploré al cielo que por favor se hubiera muerto y nos dejara a mamá y a mi en paz, tranquilos, felices. Cuando me giré, volví a visualizar a mi madre. Me acerqué a ella y le dije "se acabó mamá, papá ya no puede hacernos más daño". Intenté incorporarla, pero su cuerpo ya no tenía vida. Acerqué mi oreja a su corazón, pero éste ya no palpitaba. Ahí es cuando me di cuenta que estaba solo, y que jamás volvería a estar acompañado. Hasta que te encontré a ti.
Marcos Alcaraz dejó escapar un par de gotas de agua salada procedentes de su mirada color ámbar. Sabía como continuaba la historia desde ese preciso momento. Óscar Duna fue a vivir con su abuela a otra ciudad. Tuvo que cambiar de escuela y fue en Sevilla donde se conocieron. Marcos Alcaraz fue el primer amigo del chico. Con el paso de los años, ese Óscar Gilabert (él mismo había borrado el apellido de su padre y pasó a llamarse Duna), un niño oscuro, distante y frío era todo un conquistador nato, alegre, juvenil y optimista. Pero todo eso no era más que una simple coraza, una máscara dónde Óscar Duna decidió esconderse ante la adversidad del mundo que le rodeaba.
- Cuando vi que fuiste el primer chico de mi edad que me tendía la mano sin importarle mi historia, me prometí a mi mismo que siempre te ayudaría y estaría ahí contigo, para lo bueno, pero siempre para lo malo. Cuando me enteré que tu hermano Gonzalo murió en el accidente de coche, me hubiese gustado que en ese momento hubiera sido yo el que condujera el coche de tu padre, y no tú. Tú no te merecías eso, Marcos. No te merecías haber presenciado una cosa así. Te vi ido, tío. Creí que te iba a perder a ti también cuando te veía a oscuras en tu habitación sin querer hablar con nadie. Es por eso que creí que lo mejor para ti era sacarte de aquí, para evitar que cayeras en la soledad como caí yo.
- Siempre creí que tu lo habías superado todo.- susurró Marcos Alcaraz entre dientes.- siempre creí que para ti todo esto era una aventura.
- No se supera nunca, pero se aprende a vivir con ello. Si mostraba mi verdadero yo, tú no hubieras salido de esto. Necesitabas a alguien optimista a tu lado, no a alguien que te recordara a cada instante lo perra que puede llegar a ser a vida.
Ambos amigos se fundieron en un abrazo y comenzaron a llorar. Marcos Alcaraz pudo advertir todo lo que Óscar Duna había hecho por él y le disgustaba enormemente perder una amistad que tanto tiempo le había costado poder conseguir. Se separaron y Óscar Duna revolvió el cabello color rubio ceniza de la nuca de su mejor amigo.
- Te quiero mucho, tío.- dijo incorporándose.- y ahora, ¡manos a la obra! ese libro tiene que estar terminado antes que esa bruja vuelva.- Marcos Alcaraz enarcó una ceja enojado.- Lo siento, Marcos.- dijo soltando una carcajada.- pero por mucho que te quiera, esa mujer siempre será superior a mis fuerzas.
- Lo encontré yo.- Respondió Marcos Alcaraz preso del pánico.- Y no me falta mucho por acabar. Si empieza tú a leerlo, tardaremos el doble. Además.- dijo el joven con una media sonrisa.- nunca te gustó leer.
- Tienes razón.- sonrió Óscar Duna tirándole el libro a la cabeza.- todo tuyo.
Marcos Alcaraz se acomodó en uno de los cuatro cojines gigantes color granate que se encontraba en el suelo. Abrió el libro una vez más y comenzó a leerlo. no le quedaba mucho, pero estaba dispuesto a pasar todas las madrugadas que fueran posibles, sólo si así podía ahogar toda aquella incertidumbre que tenía contenida en el pecho.
Óscar Duna lo examinaba desde la lejanía cruzado de brazos. Tampoco le parecía de especial gravedad lo que había ocurrido hace tan sólo unos momentos. Prontó apareció en su mente la imagen de una Laila con su mirada color océano profundo perdida en sus pensamientos. Su rostro angelical estaba serio y su voz parecía más apagada que nunca. Verdaderamente, para ella no debería ser fácil desvelar un secreto de semejante calibre.
Óscar Duna se aproximó a su compañero. Lo miró a los ojos y pudo comprender por qué se habían distanciado tanto en tan poco tiempo. Eran personas muy diferentes, lo sabía, pero ese no era el motivo como para que ni siquiera se hablasen, después de haber estado juntos toda una vida.
Marcos Alcaraz le dirigió una mirada color miel de reojo, pero no le dijo nada. Tenía que leer, agotar su vista en las últimas líneas de aquel viejo libro. Sin embargo, Óscar Duna no pudo contener más sus palabras, y decidió rasgar todo aquel silencio como si de una catana cortando un hilo se tratase..
- ¿Te acuerdas el por qué vinimos aquí, Marcos? ¿Te acuerdas por qué decidimos emprender esta aventura?
Marcos Alcaraz cerró el libro de golpe y lo miró fijamente. Se encontraba serio, pero su rostro reflejaba una triste melancolía.
- No quiero recordarlo. Sabes que no son cosas agradables.
- Siempre he parecido el más fuerte de los dos. El más insensato también. El que se recogía en la madrugada con una fuerte borrachera y tú eras el que me acompañabas a casa. Eras como mi hermano mayor, a pesar de que seas el menor de los dos. Te he admirado siempre ,no por tus notas en la universidad, que también, sino por qué has sido muy fuerte a pesar de todas las circunstancias que nos han tocado vivir.
- No te martirices de esa forma Óscar. Prometimos olvidar nuestra vida pasada y empezar una nueva. El pasado siempre fue nuestro enemigo, ¿por qué quieres volver a él?
- Porque hay veces que no viene mal recordar nuestro origen. Así nos hacemos más fuertes.- se produjo un breve silencio. Marcos Alcaraz lo escuchaba atentamente.- Tenía sólo nueve años y recuerdo ese momento como si lo estuviera visualizando ahí.- señaló un rincón de la sala.- delante de mí. Recuerdo perfectamente el fuerte hedor de alcohol de mi padre y los rasguños, quemaduras de cigarrillo y moratones en la piel de mi madre. Sólo tenía nueve años cuando mi padre me obligó a presenciar la muerte de mi madre.- una lágrima rodó hasta la barbilla del muchacho.- "Así es como debe comportarse un hombre" decía mi padre mientras que con el cinturón le propinaba otro golpe. Y otro, y otro. Mi madre quedó moribunda en el suelo, y yo... ¡Yo era sólo un crío!
- Tranquilízate.- Marcos Alcaraz no pudo evitar acompañar a su amigo en el llanto.
- quiero hacerlo. Llevo muchos años queriéndome desahogar. Lo necesito.- Marcos Alcaraz asintió firmemente con la cabeza. Estaba dispuesto a escucharlo y a ayudarlo como siempre lo había hecho.- Estaba en shock, no sabía que hacer. Vi a mi madre, y en aquel momento pensé que la había perdido. Creo que mi padre también se dio cuenta.- Suspiró profundamente.- Por eso decidió tirarse por la ventana. Me asomé al balcón y vi a la típica muchedumbre de vecinos cotillas haciendo un coro al cuerpo de mi padre, que yacía en un profundo charco de sangre. Sus ojos estaban abiertos de par en par. En ese momento creí que él estaba muerto, pero me alegré. Sabes que soy ateo, peor en ese momento, imploré al cielo que por favor se hubiera muerto y nos dejara a mamá y a mi en paz, tranquilos, felices. Cuando me giré, volví a visualizar a mi madre. Me acerqué a ella y le dije "se acabó mamá, papá ya no puede hacernos más daño". Intenté incorporarla, pero su cuerpo ya no tenía vida. Acerqué mi oreja a su corazón, pero éste ya no palpitaba. Ahí es cuando me di cuenta que estaba solo, y que jamás volvería a estar acompañado. Hasta que te encontré a ti.
Marcos Alcaraz dejó escapar un par de gotas de agua salada procedentes de su mirada color ámbar. Sabía como continuaba la historia desde ese preciso momento. Óscar Duna fue a vivir con su abuela a otra ciudad. Tuvo que cambiar de escuela y fue en Sevilla donde se conocieron. Marcos Alcaraz fue el primer amigo del chico. Con el paso de los años, ese Óscar Gilabert (él mismo había borrado el apellido de su padre y pasó a llamarse Duna), un niño oscuro, distante y frío era todo un conquistador nato, alegre, juvenil y optimista. Pero todo eso no era más que una simple coraza, una máscara dónde Óscar Duna decidió esconderse ante la adversidad del mundo que le rodeaba.
- Cuando vi que fuiste el primer chico de mi edad que me tendía la mano sin importarle mi historia, me prometí a mi mismo que siempre te ayudaría y estaría ahí contigo, para lo bueno, pero siempre para lo malo. Cuando me enteré que tu hermano Gonzalo murió en el accidente de coche, me hubiese gustado que en ese momento hubiera sido yo el que condujera el coche de tu padre, y no tú. Tú no te merecías eso, Marcos. No te merecías haber presenciado una cosa así. Te vi ido, tío. Creí que te iba a perder a ti también cuando te veía a oscuras en tu habitación sin querer hablar con nadie. Es por eso que creí que lo mejor para ti era sacarte de aquí, para evitar que cayeras en la soledad como caí yo.
- Siempre creí que tu lo habías superado todo.- susurró Marcos Alcaraz entre dientes.- siempre creí que para ti todo esto era una aventura.
- No se supera nunca, pero se aprende a vivir con ello. Si mostraba mi verdadero yo, tú no hubieras salido de esto. Necesitabas a alguien optimista a tu lado, no a alguien que te recordara a cada instante lo perra que puede llegar a ser a vida.
Ambos amigos se fundieron en un abrazo y comenzaron a llorar. Marcos Alcaraz pudo advertir todo lo que Óscar Duna había hecho por él y le disgustaba enormemente perder una amistad que tanto tiempo le había costado poder conseguir. Se separaron y Óscar Duna revolvió el cabello color rubio ceniza de la nuca de su mejor amigo.
- Te quiero mucho, tío.- dijo incorporándose.- y ahora, ¡manos a la obra! ese libro tiene que estar terminado antes que esa bruja vuelva.- Marcos Alcaraz enarcó una ceja enojado.- Lo siento, Marcos.- dijo soltando una carcajada.- pero por mucho que te quiera, esa mujer siempre será superior a mis fuerzas.
miércoles, 26 de octubre de 2016
Capítulo 13
Si había algo que Marcos Alcaraz había aprendido en este año que llevaba viviendo en Niotramm era su historia, especialmente, la de la Risueña. Sus visitas a la biblioteca principal de la isla cada vez eran más frecuentes y ya tenía leídos una gran parte de todos los volúmenes.
La Risueña se caracterizaba por ser un hostal exactamente igual para todos sus residentes. pero Marcos Alcaraz había descubierto que no era así. aquel viejo hostal de conglomerado también contenía profundos secretos.
uno de ellos, era por ejemplo, una amplia sala que se encontraba escondida en el sótano de la vivienda. Marcos Alcaraz la había descubierto hacía unas lunas, cuando la soledad acechaba su corazón.
Encontró ese escondite gracias a un libro de pocas páginas que encontró en un rincón olvidado de la biblioteca. al principio creyó que era una historia de fantasía inventada por cualquier ciudadano niotremsie pero pronto descubrió, que, sin duda, debía de ser alguien que había estado viviendo en el hostal durante mucho tiempo y que lo conocía a la perfección.
Siguió las indicaciones que se encontraban expuestas en el pequeño manual y en efecto, allí estaba, una sala muy amplia (más espaciosa que cualquier otra estancia) cubierta de polvo, telarañas, y alguna que otra familia de roedores.
Al principio, el joven dio un respingo y se juró así mismo cerrar la puerta lo más seguro que pudiera para evitar que toda aquella suciedad entrara en el hostal. Pero pronto, una bombilla parpadeante invisible apareció en su cerebro: aquella sala no la conocía ningún habitante de la risueña. de hecho, si Madre conocía algo sobre esto, estaría resplandeciente y con un fuerte olor a productos de limpieza, pues Madre no se perdonaría jamás pasar por alto todo aquel caos. Marcos Alcaraz sonrió para sí. podría ser un buen escondite si lo limpiaba. además, había una puerta que daba al jardín trasero, por lo cuál, no tenía que estar siempre usando la puerta que comunicaba con el interior del hostal.
Al joven también se le ocurrió la flamante idea de comunicar su descubrimiento a Denís. Sabía que la relación con la joven no marchaba muy bien y que aquel secreto, sería un modo de intentar solucionar toda aquella situación. Aún recordaba la cara de entusiasmo de la chica cuando el muchacho le comunicó sobre el descubrimiento de su nuevo escondite. Es más, sonrió al rememorar el sonrojo de Denís cuando le dijo que aquel escondite solo sería de ambos.
Les llevó cinco días en poner todo aquello en orden. Limpiaron el suelo a mano, hasta desgastarse las yemas de los dedos, pintaron las paredes con pintura nueva, quitando los restos de pintura vieja que aún perduraba y colocaron productos para evitar que ningún otro roedor habitara en su escondite.
La única pena es que no había ventanas, por lo cuál, la oscuridad era casi absoluta, y tuvieron que provisionar aquella sala de candiles y velas, al menos si querían pasar alguna que otra noche.
en la periferia de la isla, había una casa donde una vieja loca vendía muebles. ninguno de éstos se encontraban en un buen estado, pues todos poseían alguna que otra mordedura de algún animal y los rasguños eran innumerables. En contraposición, se encontraban muy bien de precio. Denís y Marcos Alcaraz juntaron todos sus ahorros y se miraron dubitativos cuando se encontraban en aquella cabaña mugrienta inspeccionando aquellos muebles. No tenían otra opción: era eso, o tener una sala espaciosa pero sin nada donde sentarse. Decidieron adquirir un sofá cómodo, cuatro cojines de grandes dimensiones en color granate, a los cuales Denís tuvo que coser algún que otro remiendo, una mesa y un pequeño mueble para guardar alguna que otra cosa.
La vieja loca se desentendió del transporte de los muebles y ambos jóvenes perdieron todo el día trasladándolos.
Cuando Meg dijo delante de todos que necesitaba alguna instancia donde nadie la molestara porque tenía que hablar con todos ellos, a Marcos Alcaraz se le ocurrió que podría estrenar su "refugio" (que era así como Denís y él lo habían bautizado). Aunque si era verdad que todos conocerían ya de su escondite. La miró intrigado al mismo tiempo que Óscar Duna decidió intervenir en la conversación:
- No me interesa.- dijo el muchacho dándose la vuelta.
Laila lo agarró por el brazo y le susurró al oído derecho que esperase. Él asintió con desgana y sin estar convencido. no aguantaba la presencia de aquella bruja y más si era para escucharla hablar.
- Sé de un sitio que nos podía venir bien para hablar.- Dijo Marcos Alcaraz frotando su sien, y pensándose si era buena idea o no desvelar su secreto.
El chico se puso en marcha hacia el refugio y todos lo siguieron. La sala estaba oscura, como de costumbre, y Marcos Alcaraz se dispuso a encender todos los candiles que habían colgado en las paredes. Óscar Duna abrió la boca asombrado.
- ¿Desde cuándo existe esta habitación?.- dijo mirando a un lado y a otro, relamiendo con su mirada azabache cada recoveco de la estancia.
- Encontré un libro que hablaba del hostal y nombraban esta habitación secreta.- dijo Marcos Alcaraz tendiéndole el manual.- Ten, por si te interesa saber un poco más sobre el lugar en el que vivimos.
Laila arrebató el objeto de la mano de Marcos Alcaraz y su mirada profunda color océano echó un vistazo a las páginas amarillentas.
- ¿Lo has acabado de leer?.- preguntó la chica sin apartar su mirada del libro.
- No, aún no.
Laila miró a los ojos a Meg y ésta asintió una vez más.
- Seguramente sea el único ejemplar que quede de este libro.- añadió Laila.- Posiblemente se les habría olvidado quemarlo.
- ¿Quemarlo por qué?. preguntaron al unísono ambos jóvenes.
Laila dirigió una mirada de socorro a Meg, pero ésta lo esquivó. Dar explicaciones era algo muy difícil para todo el mundo, pero más para ella que no estaba acostumbrada a darlas.
- Creo que en este libro está la respuesta que buscáis al por qué se quemaron todos.- respondió Laila exhalando hondo.- Pero no saques este libro a ningún sitio. Nadie debe saber que lo tienes.
- ¿Pero por qué?.- Toda aquella incertidumbre se estaba apoderando de Marcos Alcaraz.
- Porque ahí es donde se encuentra explicado el misterio que Niotramm.- Interrumpió Meg
Los chicos se quedaron perplejos. Su viaje a aquel misterioso islote por fin había encontrado su fin. Óscar Duna sonrió, mostrando una amplia sonrisa, pero sin embargo, su compañero de cabello color rubio ceniza no se encontraba conforme, estaba inquieto y tenía un mal presentimiento.
- ¿Tú has leído el libro?.- preguntó Marcos Alcaraz directamente a Meg. Era la primera vez que se dirigía a ella después que hubiera hecho caso omiso de su proposición.
- Yo lo viví.- Respondió sin más.
- Es una bruja, Marcos ¿cómo no lo va a saber?.- dijo Óscar Duna y a continuación, Meg le dirigió una mirada parda fulminante.
- Yo también lo viví.- contestó Laila sin apartar la mirada del suelo.
Toda aquella situación se estaba volviendo insostenible. Los rostros de ambas mujeres estaban serios y más pálidos que de costumbre. Óscar Duna, al descubrir que su novia también estaba involucrada en toda aquella trama, dejó de sonreir.
- ¿ De cuánto tiempo disponemos?.- Preguntó Laila.
- De doce lunas llenas.- Respondió Meg.- Pero tenéis un plazo de cuatro días para leeros el libro. Nos ahorrará tener que explicarlo. Es hora de marcharnos.
- ¿Y la carta?.- preguntó Laila. Sus ojos reflejaban una total desesperación.
- Ellos tienen cuatro días para leer el lirbo. Nosotras volveremos al tercer día. Nos toca dar alguna que otra explicación después de que lo terminen.
Ante la sorpresa de todos Laila asintió con la cabeza y decidió marcharse con aquella que todo el mundo creía que era su amiga. Óscar Duna se encontraba más alarmado que nunca. No le importaba lo más mínimo lo que Meg quisiera decirle, pero el hecho de que Laila estuviera involucrada también en todo ese asunto le inquietaba bastante. Tenían una tarea encomendada si querían descubrir que era lo que pasaba en Niotramm: leer ese maldito libro y descubrir la verdad de una vez por todas.
La Risueña se caracterizaba por ser un hostal exactamente igual para todos sus residentes. pero Marcos Alcaraz había descubierto que no era así. aquel viejo hostal de conglomerado también contenía profundos secretos.
uno de ellos, era por ejemplo, una amplia sala que se encontraba escondida en el sótano de la vivienda. Marcos Alcaraz la había descubierto hacía unas lunas, cuando la soledad acechaba su corazón.
Encontró ese escondite gracias a un libro de pocas páginas que encontró en un rincón olvidado de la biblioteca. al principio creyó que era una historia de fantasía inventada por cualquier ciudadano niotremsie pero pronto descubrió, que, sin duda, debía de ser alguien que había estado viviendo en el hostal durante mucho tiempo y que lo conocía a la perfección.
Siguió las indicaciones que se encontraban expuestas en el pequeño manual y en efecto, allí estaba, una sala muy amplia (más espaciosa que cualquier otra estancia) cubierta de polvo, telarañas, y alguna que otra familia de roedores.
Al principio, el joven dio un respingo y se juró así mismo cerrar la puerta lo más seguro que pudiera para evitar que toda aquella suciedad entrara en el hostal. Pero pronto, una bombilla parpadeante invisible apareció en su cerebro: aquella sala no la conocía ningún habitante de la risueña. de hecho, si Madre conocía algo sobre esto, estaría resplandeciente y con un fuerte olor a productos de limpieza, pues Madre no se perdonaría jamás pasar por alto todo aquel caos. Marcos Alcaraz sonrió para sí. podría ser un buen escondite si lo limpiaba. además, había una puerta que daba al jardín trasero, por lo cuál, no tenía que estar siempre usando la puerta que comunicaba con el interior del hostal.
Al joven también se le ocurrió la flamante idea de comunicar su descubrimiento a Denís. Sabía que la relación con la joven no marchaba muy bien y que aquel secreto, sería un modo de intentar solucionar toda aquella situación. Aún recordaba la cara de entusiasmo de la chica cuando el muchacho le comunicó sobre el descubrimiento de su nuevo escondite. Es más, sonrió al rememorar el sonrojo de Denís cuando le dijo que aquel escondite solo sería de ambos.
Les llevó cinco días en poner todo aquello en orden. Limpiaron el suelo a mano, hasta desgastarse las yemas de los dedos, pintaron las paredes con pintura nueva, quitando los restos de pintura vieja que aún perduraba y colocaron productos para evitar que ningún otro roedor habitara en su escondite.
La única pena es que no había ventanas, por lo cuál, la oscuridad era casi absoluta, y tuvieron que provisionar aquella sala de candiles y velas, al menos si querían pasar alguna que otra noche.
en la periferia de la isla, había una casa donde una vieja loca vendía muebles. ninguno de éstos se encontraban en un buen estado, pues todos poseían alguna que otra mordedura de algún animal y los rasguños eran innumerables. En contraposición, se encontraban muy bien de precio. Denís y Marcos Alcaraz juntaron todos sus ahorros y se miraron dubitativos cuando se encontraban en aquella cabaña mugrienta inspeccionando aquellos muebles. No tenían otra opción: era eso, o tener una sala espaciosa pero sin nada donde sentarse. Decidieron adquirir un sofá cómodo, cuatro cojines de grandes dimensiones en color granate, a los cuales Denís tuvo que coser algún que otro remiendo, una mesa y un pequeño mueble para guardar alguna que otra cosa.
La vieja loca se desentendió del transporte de los muebles y ambos jóvenes perdieron todo el día trasladándolos.
Cuando Meg dijo delante de todos que necesitaba alguna instancia donde nadie la molestara porque tenía que hablar con todos ellos, a Marcos Alcaraz se le ocurrió que podría estrenar su "refugio" (que era así como Denís y él lo habían bautizado). Aunque si era verdad que todos conocerían ya de su escondite. La miró intrigado al mismo tiempo que Óscar Duna decidió intervenir en la conversación:
- No me interesa.- dijo el muchacho dándose la vuelta.
Laila lo agarró por el brazo y le susurró al oído derecho que esperase. Él asintió con desgana y sin estar convencido. no aguantaba la presencia de aquella bruja y más si era para escucharla hablar.
- Sé de un sitio que nos podía venir bien para hablar.- Dijo Marcos Alcaraz frotando su sien, y pensándose si era buena idea o no desvelar su secreto.
El chico se puso en marcha hacia el refugio y todos lo siguieron. La sala estaba oscura, como de costumbre, y Marcos Alcaraz se dispuso a encender todos los candiles que habían colgado en las paredes. Óscar Duna abrió la boca asombrado.
- ¿Desde cuándo existe esta habitación?.- dijo mirando a un lado y a otro, relamiendo con su mirada azabache cada recoveco de la estancia.
- Encontré un libro que hablaba del hostal y nombraban esta habitación secreta.- dijo Marcos Alcaraz tendiéndole el manual.- Ten, por si te interesa saber un poco más sobre el lugar en el que vivimos.
Laila arrebató el objeto de la mano de Marcos Alcaraz y su mirada profunda color océano echó un vistazo a las páginas amarillentas.
- ¿Lo has acabado de leer?.- preguntó la chica sin apartar su mirada del libro.
- No, aún no.
Laila miró a los ojos a Meg y ésta asintió una vez más.
- Seguramente sea el único ejemplar que quede de este libro.- añadió Laila.- Posiblemente se les habría olvidado quemarlo.
- ¿Quemarlo por qué?. preguntaron al unísono ambos jóvenes.
Laila dirigió una mirada de socorro a Meg, pero ésta lo esquivó. Dar explicaciones era algo muy difícil para todo el mundo, pero más para ella que no estaba acostumbrada a darlas.
- Creo que en este libro está la respuesta que buscáis al por qué se quemaron todos.- respondió Laila exhalando hondo.- Pero no saques este libro a ningún sitio. Nadie debe saber que lo tienes.
- ¿Pero por qué?.- Toda aquella incertidumbre se estaba apoderando de Marcos Alcaraz.
- Porque ahí es donde se encuentra explicado el misterio que Niotramm.- Interrumpió Meg
Los chicos se quedaron perplejos. Su viaje a aquel misterioso islote por fin había encontrado su fin. Óscar Duna sonrió, mostrando una amplia sonrisa, pero sin embargo, su compañero de cabello color rubio ceniza no se encontraba conforme, estaba inquieto y tenía un mal presentimiento.
- ¿Tú has leído el libro?.- preguntó Marcos Alcaraz directamente a Meg. Era la primera vez que se dirigía a ella después que hubiera hecho caso omiso de su proposición.
- Yo lo viví.- Respondió sin más.
- Es una bruja, Marcos ¿cómo no lo va a saber?.- dijo Óscar Duna y a continuación, Meg le dirigió una mirada parda fulminante.
- Yo también lo viví.- contestó Laila sin apartar la mirada del suelo.
Toda aquella situación se estaba volviendo insostenible. Los rostros de ambas mujeres estaban serios y más pálidos que de costumbre. Óscar Duna, al descubrir que su novia también estaba involucrada en toda aquella trama, dejó de sonreir.
- ¿ De cuánto tiempo disponemos?.- Preguntó Laila.
- De doce lunas llenas.- Respondió Meg.- Pero tenéis un plazo de cuatro días para leeros el libro. Nos ahorrará tener que explicarlo. Es hora de marcharnos.
- ¿Y la carta?.- preguntó Laila. Sus ojos reflejaban una total desesperación.
- Ellos tienen cuatro días para leer el lirbo. Nosotras volveremos al tercer día. Nos toca dar alguna que otra explicación después de que lo terminen.
Ante la sorpresa de todos Laila asintió con la cabeza y decidió marcharse con aquella que todo el mundo creía que era su amiga. Óscar Duna se encontraba más alarmado que nunca. No le importaba lo más mínimo lo que Meg quisiera decirle, pero el hecho de que Laila estuviera involucrada también en todo ese asunto le inquietaba bastante. Tenían una tarea encomendada si querían descubrir que era lo que pasaba en Niotramm: leer ese maldito libro y descubrir la verdad de una vez por todas.
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